El bien y el mal no existen
si no hay libertad para desobedecer.
En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen
siendo dos.
Toda nuestra cultura está
basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable.
En cualquier tipo de tarea creadora, la persona que crea se une con su
material, que representa el mundo exterior a él.
El amor es la preocupación
activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos.
El carácter mercantil está dispuesto a dar, pero sólo a cambio de recibir; para él, dar
sin recibir significa una estafa.
El lema publicitario es distinto nos demuestra esa patética necesidad de
diferencia, cuando, en realidad, casi no existe ninguna.
La necesidad más profunda del hombre es, entonces, la necesidad de
superar su separatidad, de abandonar la prisión de su soledad.
El amor incondicional
corresponde a uno de los anhelos más profundos, no sólo del niño, sino de todo
ser humano.
En un contexto religioso, igualdad significó que todos somos hijos de
Dios, que todos compartimos la misma sustancia humano-divina, que todos somos uno.
Hasta el romano indigente se sentía orgulloso de poder decir "civis
romanus sum"; Roma y el
Imperio eran su familia, su hogar, su mundo.
En contraste con la unión simbiótica, el amor maduro significa unión a condición de preservar
la propia integridad, la propia individualidad.
La madre es el hogar de donde venimos, la naturaleza, el suelo, el
océano; el padre no representa un hogar natural de ese tipo.
Desde el nacimiento hasta la muerte, de lunes a lunes, de la mañana a la
noche, todas las actividades están rutinizadas y prefabricadas.
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