La
disciplina necesaria para practicar un deporte también puede ser un recurso de
gran valor para desarrollar la vida espiritual, para no dejarla únicamente en
manos de las emociones, sino para construirla a partir de la “fidelidad,
constancia y el compromiso diario con la oración”.
Así lo afirmó el Papa Francisco durante el encuentro que
mantuvo en el Vaticano con deportistas italianos pertenecientes a la Federación
Italiana de Baloncesto con motivo de los cien años de su fundación.
El
Santo Padre recordó el histórico partido disputado en 1955 en plena plaza de
San Pedro del Vaticano ante el papa Pío XII. En ese sentido, destacó cómo, a lo
largo de los años siguientes se estrechó la relación entre la Iglesia y el
mundo del deporte, “cultivada siempre en la conciencia de que ambos, de formas
diferentes, están al servicio del crecimiento integral de la persona y pueden
ofrecer una preciosa contribución a la sociedad”.
En su discurso el Pontífice destacó dos aspectos
importantes de la actividad deportiva. En primer lugar, el “hacer equipo”.
Explicó el Obispo de Roma que “hay algunos deportes a los que se les llama
‘individuales’. Sin embargo, el deporte siempre ayuda a poner a las personas en
contacto entre ellas, a hacer nacer relaciones entre personas diferentes, con
frecuencia desconocidas que, incluso proviniendo de contextos diferentes se
unen y luchan por una meta común”.
“Estar
unidos y tener un objetivo” son dos características esenciales propias del
deporte, según el Papa Francisco. “En este sentido, el deporte es una
medicina para el individualismo de nuestra sociedad que, con frecuencia, genera
un ‘yo’ aislado y triste, volviéndonos incapaces de ‘jugar en equipo’ y de
cultivar la pasión por un ideal bueno”.
De esta manera, “por medio de vuestro compromiso deportivo recordáis el
valor de la fraternidad que es, también, el corazón del evangelio”.
El
segundo aspecto destacado por el papa es “la disciplina”. “Muchos
jóvenes y adultos que son apasionados del deporte y que os siguen animando, con
frecuencia no consiguen imaginar cuánto trabajo y cuántos entrenamientos hay
detrás de cada partido”.
“Esto
exige mucha disciplina no sólo física, sino también interior: el ejercicio
físico, la constancia, la atención a una vida ordenada en los horarios y en la
alimentación, el descanso alternado con la fatiga del entrenamiento”.
En definitiva, la disciplina del deporte “es una escuela de formación y de
educación, especialmente para los niños y jóvenes. Les ayuda a
comprender cómo de importante es aprender a ‘pones en orden la propia vida’”,
hizo hincapié el Papa citando a San Ignacio de Loyola.
“Esta disciplina”, continuó el Pontífice, “no tiene el objetivo de
hacernos rígidos, sino de hacernos responsables de nosotros mismos, de las
cosas que se nos han confiado, de los demás, de la vida en general”.
Además,
“ayuda a la vida espiritual, que no puede dejarse sólo en manos de las
emociones, ni puede vivirse en fases alternas, ‘sólo cuando me apetece’. La
vida espiritual necesita también una disciplina interior hecha de fidelidad,
constancia y compromiso diario con la oración. Sin un entrenamiento interior
constante, la fe corre el riesgo de apagarse”.
Sobre el baloncesto, en concreto, afirmó que “es un
deporte que eleva al cielo porque, como decía un antiguo jugador famoso, es un
deporte que mira hacia arriba, hacia la cesta y, por lo tanto, es un reto
verdadero y propio para todos aquellos que están acostumbrados a vivir mirando
al suelo”.
En ese sentido, realizó un encargo a los deportistas: “promover el juego sano entre
niños y jóvenes, ayudar a los jóvenes a mirar hacia arriba, a no rendirse
nunca, a descubrir que la vida es un camino hecho de derrotas y victorias,
pero que lo importante es no perder las ganas de ‘jugar el juego’”.
Además de “ayudarles a entender que cuando en la vida ‘no haces cesta’, no has
perdido para siempre. Siempre puedes volver a salir a la cancha, todavía puedes
formar equipo con otros, y puedes intentar otro tiro”.
El Papa Francisco finalizó su discurso con una reflexión
sobre la derrota: “Me han contado que uno de estos días, no sé dónde, hubo un
ganador y uno que quedó segundo, que no lo logró. Y el que quedó segundo besó
la medalla. Normalmente, cuando uno queda segundo, está de morros, triste, y no
digo que tire la medalla, pero tiene ganas de hacerlo. Y este besó la medalla”.
“Esto
nos enseña que incluso en la derrota puede haber una victoria. Tomar con
madurez las derrotas, porque esto te hace crecer, te hace entender que en la
vida no todo es dulce, no siempre todo es ganar. A veces se experimenta la derrota. Y cuando
un deportista, una deportista, sabe ‘superar la derrota’ así, con dignidad, con
humanidad, con un gran corazón, esto es un verdadero galardón, una verdadera
victoria humana”, concluyó el Pontífice.
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