Los empleados aduladores son aquellos que hacen lo que
sea por quedar bien con sus jefes.
Todos
hemos sufrido la experiencia de trabajar a su lado. En cada oficina y en cada
compañía hay empleados aduladores o “lambones”, que hacen de todo por quedar
bien con sus jefes. A veces, incluso, a costa de sus propios compañeros
de trabajo. Y aunque puede parecer un tema frívolo, estos ‘empleados
aduladores’ pueden causar un profundo daño en las empresas.
Los empleados aduladores son nocivos, y por tanto se
deben emprender acciones contundentes para enfrentarlos y evitar que acaben con la moral de los buenos
empleados.
Los
empleados lambones dedican su tiempo a proyectar una imagen que no está
soportada en sus capacidades o ejecuciones reales. Suelen ser hábiles
socialmente, prometen más de lo que hacen, son mentirosos, exagerados, y pueden
denigrar de los demás.
Son
perfectos para jefes o superiores con un carácter débil presentándoles
una falsa lealtad. Entonces se convierten en “soplones” y tienen ventajas
frente al resto. Pero esto
no dura toda la vida. Con frecuencia, caen rápidamente en desgracia
cuando el jefe abre los ojos o les asignan un nuevo superior. El efecto es
nocivo porque en este ambiente laboral se patrocina más el individualismo que
el trabajo en equipo. Ahora bien, existen dos tipos de empleados aduladores que
no necesariamente son negativos. Los yes-men cuya intención es evadir
conflictos en vez de obtener beneficios, y los networkers quienes buscan
ampliar sus contactos.
Su
influencia puede llegar a ser nociva si su acción permea la cultura y valores
institucionales, en especial si logran un tratamiento preferencial. El
arte está primero en identificarlos y luego en influenciar su personalidad. Se
deben resaltar comportamientos positivos de otros miembros del equipo, como la
cortesía, la capacidad de trabajo o la innovación, utilizando mecanismos de
medición y recompensas. Así se impacta positivamente el clima laboral y se
envía un mensaje claro: el desempeño se evalúa objetivamente, lo que termina
por persuadir a los “lambones”. No hay que confundir lambonería con generosidad, que es un rasgo
crucial en las empresas. Saber dar y poder dar es una suerte que no todo
el mundo tiene.
Los empleados aduladores se remontan a siglos pasados
cuando algunos se congraciaban con miembros de la realeza para conseguir
favores de su parte. El único valor que pudieran crear quedaba representado en
títulos de propiedad sobre tierras y bienes ociosos. Pero hoy, las cosas deben
ser distintas. Crear valor
para una compañía requiere principalmente de trabajo y, por esto, los empleados
aduladores son una distracción peligrosa que no se puede tolerar. Quien
dedica su energía a adular, la sustrae de aquellos frentes en donde está la
acción y distrae a los colegas que sí están aportando. Entonces es crucial que
las personas con responsabilidades de liderazgo muestren su rechazo absoluto a
este tipo de prácticas que no suman un ápice al desarrollo de una empresa. Por
el contrario, lesionan su capacidad productiva, particularmente en donde hoy
está la diferencia: el talento de la gente.
La
adulación es una conducta intencional de un trabajador, que busca influir en el
jefe para recibir algo a cambio. Dependiendo del momento, la adulación
puede estar relacionada con obtener un mejor trato, mantener una buena
relación, permanecer en el empleo, obtener un ascenso o un aumento en el
salario. Esta adulación
tiende a ser una estrategia empleada por el trabajador cuando no le es posible
obtener lo que quiere por sus propias capacidades y prefiere influir de forma
emocional. Si esta es una conducta indeseable ¿por qué se mantiene?
Porque los jefes también obtienen ganancias. Para algunos jefes, la adulación
es un bálsamo para su autoestima. En algunos casos, la adulación del trabajador
contribuye para que este crea que es un buen jefe. En otros, la adulación
funciona para el jefe como una cuenta de ahorros o una inversión de la que
espera un retorno cuando la requiera.
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