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CÓMO HACERSE RESPETAR POR LOS DEMÁS



Estamos inmersos en una sociedad que, entre sus peores características, tiene a la vulgaridad, la falta de respeto, la indiferencia y una gran dosis de egoísmo.

Esto no es novedad ni pretendo ser yo quien lo descubre. Pero sí, estoy dispuesto a emprender una reeducación de ese mal comportamiento, o al menos proponer cómo librarse de estos personajes nocivos en nuestra vida.

Por ejemplo: Si tenemos que trabajar junto a personas que siempre están quejándose, contándonos sus dramas, pesimistas por el futuro, e insinuándonos conflictos con nuestros jefes, o creando chismes y situaciones incómodas, lo más simple es: pedir un cambio de oficina, otro sector dentro de la empresa o directamente renunciar e irse.

Pero aquí empieza a influir un miedo muy arraigado: Perder el empleo. Pero esta actitud, que es una forma sutil de cobardía y falta de confianza en sí mismo, trae las más nocivas consecuencias.

Dejar un trabajo no es sinónimo de perder la capacidad de trabajar, que es muy distinto.  A lo largo de mi vida he visto casos muy tristes de sometimientos, por el mencionado miedo a la carencia o crisis económica que podría provocar no trabajar más en ese lugar.

Aunque en mi caso, siempre pensé y actué sin traicionarme, y de acuerdo a mis convicciones, más que por la presión de mis necesidades del momento. Soy un hombre de fe. Tengo confianza plena en Dios, pero simultáneamente en creo en mí, porque soy el que aprovecha y realiza lo que Dios me ofrece como posibilidad. No me quedo llorando pérdidas por los rincones de la impotencia.

Genero nuevos objetivos con mi capacidad de recuperarme de cualquier golpe. Hago contactos nuevos, estudio, hablo con gente influyente en las áreas que me interesan, y ofrezco mis servicios. (mucho más digno inclusive que “pedir” trabajo). Aunque sea válido y digno hacerlo.

Por ahí pasa lo que llamo mi auto respeto, auto estima y admiración a mi propia inteligencia o capacidad intelectual y laboral. Me sé capaz, ya lo comprobé y me voy haciendo cada día más hábil y experto en toda profesión o actividad que inicio.

En otro orden, les aseguro que no soy solamente escritor. Sino muchísimo más, como irán notando. Único rey y dueño de mí. ¿Alguien tiene alguna duda? Como casi todos podríamos ser y muchos ni lo intentan. Pero lo más triste es que, con demasiada frecuencia, nos encontramos con personas que piensan, por ejemplo, que no pueden hacer otra cosa que la que vienen realizando hace veinte o treinta años. No se atreven a pintar o cantar, porque se quedan con la limitación de que son albañiles o herreros. Y aseguran que no tienen condiciones para nada artístico. Se dicen que son brutos, torpes, ineficaces. Tal vez, en muchos casos sea verdad, porque al decirlo y decretarlo, eso es lo que son. Pero yo diría que no tienen la valentía adecuada. No lo han intentado. El error enseña, nunca quita.

Ya que, en el caso de probar y ver realmente su imposibilidad, entonces, sí, admitir con dignidad, que no hay talento suficiente y sólo con aprender técnicas o hacer mil cursos no basta.

Hay individuos que tienen su autoestima por el suelo y ya, de tan pisoteada, creen ser “eso” inferior, inservible… que se disuelve bajo sus pies.

Todos somos potencialmente capaces y triunfadores. Alguien valioso. Sólo has que descubrir en qué nos podemos sentir mejor y destacar del resto.

Obviamente, hago lo excepción de quienes tienen capacidades diferentes, como una enfermedad grave de índole motriz, o insuficiente función de sus sentidos, como la hipoacusia, marcada disminución visual o dificultades serías para expresarse con la palabra hablada o escrita. Pero son excepciones, que inclusive también encuentran su lugar en el mundo y pueden ser útiles para ellos y para la sociedad que integran. Nadie está impedido en su totalidad, sólo puede ocurrir que se haya resignado y auto denigrado por falta de estímulo propio o de quienes lo rodean…

Pero retomando el tema central de esta reflexión: cómo hacerse respetar por los demás, les agrego este consejo: No tengamos ni la menor duda de enfrentar todos los casos donde nos sintamos mal, tristes, ofendidos, o lo que fuera, que nos quita armonía interior o externa. Lo debemos encarar siempre con educación, ética, buen gusto, pero con la firmeza inconmovible de defender nuestros auténticos derechos frente a nuestro “supuesto” superior (y digo “supuesto”, porque nadie es mejor ni superior a nadie y sólo está ocupando, momentáneamente, un lugar de poder).

Tenemos el derecho humano, espiritual, psíquico y moral, de expresarle nuestra disconformidad por algo que atañe a la función que cumplimos en esa familia o empresa.

Si no lo hacemos, y las condiciones empeoran, lo peor nos va a ocurrir en lo anímico y lo laboral. A partir de ese descontento, nuestro rendimiento como empleados va a ir en desmedro, caerá nuestra energía, iremos a trabajar con bronca, desganados y tristes. Lo que tal vez va a provocar un despido lógico, que podemos evitar. Y no digamos esa tontería de: “Voy a aguantar lo que sea hasta que me despidan y me paguen la indemnización.”

Puede ser muy tarde para la salud. Por unos pesos miserables o incluso abultados, al menos yo, no vendería mi dignidad ni al Sumo Pontífice. Mi honor está antes que el dinero, antes que la falta de consideración hacia mi persona o el sometimiento, tanto físico como psicológico, y mucho antes que cualquier ofensa moral.

Sigo haciendo auto referencias, (deliberadamente) a mi propia postura y experiencia en este tema, porque sé que ya soy referente para muchas personas que buscan un cambio. No soy sabio, pero voy camino a la sabiduría, aunque falte mucho para llegar a alcanzar el porcentaje a que un humano puede aspirar.

Un párrafo final y aparte, muy en serio, merecen nuestros familiares. ¡Por Dios, qué karma son a veces! Prefiero diez amigos mediocres, antes que un pariente.

Nunca permitamos que invadan nuestra casa o usen nuestros tiempos, cuando se les antoja. Ni padres, ni hijos, hermanos o parejas. Con el mismo criterio que expresé antes, respondamos lo que verdaderamente sentimos. Digamos algo concreto, aún sin necesidad de cumplir: “Cuando pueda te llamo” . Y sigamos con lo que estábamos, sin culpa, porque a lo nuestro no lo hace nadie. Ahora, perdón, pero los dejo. No tengo más tiempo. Quiero disfrutar el desayuno con mi pareja, y después llegará una amiga con la que voy a charlar un rato y cantar… Y esa libertad, en mi vida, es prioridad número uno. Ser independiente y feliz. Sin compromisos obligados. Los demás tienen todo el derecho de quedarse en sus propias limitaciones y agachar la cabeza. Cada uno es dueño de su vida y de sus decisiones. No hay peor preso que el que fabrica sus propias rejas.

PIÉNSALO.

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