Cuando
el mal te golpea surge una pregunta que te desvela y te tortura sin piedad:
¿Por
qué?
¿Por
qué a mí?, ¿Por qué así?, ¿Por qué de un modo tan terrible?, ¿Por qué en este
momento?
Es normal que te acoses con esos
interrogantes y siempre aprendes algo si los profundizas sin culparte ni culpar.
Sin embargo, hay más preguntas que
respuestas y es mejor pensar para qué se vive algo.
Trata de serenarte, busca apoyo,
relájate y pregúntate qué
enseñanzas recibes de lo que estás viviendo.
Todo
sucede para el bien, es decir, para crecer, madurar,
pulirse y avanzar en el proceso espiritual.
La
vida es un aprendizaje exigente de amor, aceptación, tolerancia, desapego,
perdón y paciencia.
Siente a Dios, no lo culpes por nada y,
poco a poco, entenderás
para qué vives ese aprendizaje que tomas como un mal.
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