Para luego resurgir de sus
cenizas.
Según algunos mitos, vivía en una región que comprendía
la zona del Oriente Medio y la India, llegando hasta Egipto, en el norte de
África.
Muy presente en la poesía árabe
El
mito del ave Fénix, alimentó varias doctrinas y concepciones religiosas de
supervivencia en el Más allá, pues el Fénix muere para renacer con toda su gloria.
Fue citado por los sacerdotes egipcios de Heliópolis, el griego
Heródoto, los escritores latinos Plinio el Viejo, Luciano, Ovidio, Séneca y Claudio
Claudiano, o los cristianos Pablo de Tarso, el Papa Clemente de Roma, Epifanio o San Ambrosio.
En
el Antiguo Egipto se le denominaba Bennu y fue asociado a las crecidas del
Nilo, a la resurrección, y al Sol.
El Fénix ha sido un símbolo del renacimiento
físico y espiritual, del poder del fuego, de la purificación, y la inmortalidad.
Según el mito, poseía varios dones, como la virtud de que sus lágrimas fueran curativas.
Para Heródoto, Plinio el Viejo y Epifanio de Salamina, esta sagrada ave viajaba a
Egipto cada quinientos años, y aparecía en la ciudad de Heliópolis, llevando sobre sus hombros el
cadáver de su padre, a donde este iba a morir, para depositarlo en la
puerta del templo del Sol.
Según
la leyenda cristianizada, el ave Fénix vivía en el Jardín del Paraíso, y
anidaba en un rosal. Cuando Adán y Eva fueron expulsados, de la espada
del ángel que los desterró surgió
una chispa que prendió el nido del Fénix, haciendo que ardieran éste y su
inquilino. Por ser la única bestia que se había negado a probar la fruta
del paraíso, se le concedieron varios dones, siendo el más destacado la inmortalidad a
través de la capacidad de renacer de sus cenizas.
Cuando le llegaba la hora de morir, hacía un nido de especias y hierbas
aromáticas, ponía un único huevo, que empollaba durante tres días, y al tercer
día ardía.
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