Dios
mío, hoy tomo una sabia decisión que me acerca a la felicidad: Elijo no
juzgarme y no juzgar.
Tú me enseñas que necesito perdonarme para
poder estar en paz y estar bien con los demás.
Tú me
dices que todo perdón en el fondo es perdón a mí mismo. Es aceptar que no hay
errores.
Todo
lo que vivo son aprendizajes y para poder
avanzar es necesario caer y levantarse una y otra vez.
Si no me juzgo ni me culpo me queda fácil no
culpar y no juzgar a los otros. Los entiendo y los acepto así como son.
Asumo
la responsabilidad de mis acciones sin flagelarme.
Hoy me perdono y soy bueno conmigo mismo.
Acepto mis vacíos, aprendo de mis acciones y creo que todo lo que sucede es perfecto.
Son mis expectativas las que me llenan de frustración. La verdad es que cada ser actúa como debe ser en su propio proceso.
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