Los
salmos bíblicos son oraciones o cánticos que los judíos recitaban ante todo en
el culto del templo de Jerusalén.
Son bien antiguos y, claro, reflejan las
creencias de hace siglos con sus luces y con sus sombras.
En
ellos se habla del amor misericordioso de Dios, pero
también de su furia, sus castigos y el temor que inspira.
Por
eso, debes saber interpretar lo que dicen y ubicar cada
texto en su contexto histórico para no tomar todo al pie de la letra.
Por ejemplo, oras con el salmo 23 del Buen
Pastor y amas a Dios o a
Jesús como ese guía que te cuida y en el que confías.
Pero empiezas a orar con los salmos 35, 37,
58, 59, 69, 78 o 109 y te quedas frío ante una venganza tan horrenda, y dejas
de leerlos.
Es que la Biblia, escrita por humanos, tiene textos que no
pueden ser palabra de Dios, aunque eso se enseñe.
Ora
con los salmos, pero solo con los que son amorosos como el 63 o el 103. La
biblia hay que saber leerla e interpretarla.
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