Aceptar aquello que depara la vida es
una cosa, y otra actitud muy diferente consiste en resignarse.
"A falta de pan buenas son las
tortas", afirma el refrán en referencia a quien se conforma con algo que reemplaza a aquello que
quería en primer lugar y no pudo obtener.
“Más
vale malo conocido que bueno por conocer...”, reza otro dicho popular, que
considera preferible
resignarse a lo que no desagrada o daña en lugar de arriesgarse a cambiarlo o
conseguir algo nuevo.
Frases tan conformistas como letales para el entusiasmo y
la voluntad de superación de una persona, cargadas de un inmovilismo que llevan
al desánimo y la parálisis vital y, en casos extremos, a vivir desesperado en
silencio.
Es
el lado oscuro del conformismo, si es que puede encontrarse alguna faceta
luminosa en esa actitud de adaptarse a cualquier circunstancia o situación con
excesiva facilidad, en lugar de rebelarse contra ella.
No se debe conformar con “los roles que
las sociedad tiene previstos, ni rendirse a las expectativas ajenas, a lo que
los demás esperan de nosotros.
Hemos
de exigirnos a nosotros mismos estar en contacto con nuestras polaridades y
potencialidades, recordando que afortunadamente somos seres completos,
singulares, únicos e irrepetibles.
En vez de conformarse con una educación
basadas en el miedo, la comparación, el ridículo y el castigo, hay que exigir
para nosotros mismos y nuestros seres queridos, que esa educación se base en la
motivación, el estímulo, la creatividad y la cercanía.
Tampoco
hay que conformarse con una relación con nuestro propio cuerpo “basada en la
moda, la presión social y las costumbres”, ni tampoco con “mantener unas
relaciones mediocres basadas
en la aprobación condicional, la prostitución afectiva o compra-venta
interesada,
Hemos
de exigir relaciones de gozo y crecimiento, de respeto y consideración, donde
nuestro desarrollo como personas sea lo prioritario. Y esto por una sola razón:
porque nos lo merecemos.
Según
los expertos, hay que
evitar resignarse a “vivir anestesiado de la mano del piloto automático,
buscando destinatarios múltiples a los que culpabilizar. Hemos de exigir para
nosotros una vida despierta, vivida desde la consciencia y entendiendo que la
responsabilidad es el más valioso fruto de la libertad”.
¡No
se conforme con el placer de los sentidos y la felicidad de las necesidades
satisfechas!; reivindique
para usted la alegría sin motivo que emerge a borbotones “por el solo hecho de
estar vivos.
Se
recomienda exigir para nosotros mismos “rebeldía y cuestionamiento, hasta conformar nuestra
propia y personalizada jerarquía de valores y principios, en lugar de hacer
nuestros automáticamente los valores y creencias que las sociedad nos ha
trasmitido”.
Varias
teorías y estudios clásicos, tanto en Psicología Social como en Sociología, han
sugerido que el ser humano
es tan conforme y maleable que pareciera desaparecer como entidad individual
para ser absorbido por la otra identidad, la societal.
La
necesidad por la aprobación social es de tal magnitud que las personas ceden
sus verdaderas opiniones -aún a conciencia de que están diciendo un error o un
disparate- para pertenecer y no ser rechazados socialmente.
No
se nace conforme ni obediente, sin embargo, ambas son conductas
actitudinalmente aprendidas. Dependen, fundamentalmente, del estilo de crianza
al que son expuestas las personas.
En
nuestras culturas latinoamericanas, por ejemplo, los adultos tienden a criar
con actitudes de sobreprotección, fomentando el desarrollo de personalidades de
mucha dependencia emocional y mucha conformidad como virtud de ‘buen hijo’”,
indica la psicóloga clínica portorriqueña.
“Yo
hago lo que hacen los demás…”
La
conducta social que se espera de los miembros de un grupo va dirigida hacia las
cosas que ‘debe hacer todo el mundo’. Se enseña desde la infancia que obedecer
es una forma positiva de conducta.
A
diferencia del conformismo,
la aceptación de nosotros mismos y de nuestras circunstancias consiste en
desarrollar una manera de pensar empírica y lógica, que puede conducir a un
cambio real en nuestra existencia y desarrollar nuestra la tolerancia a la
frustración y capacidad de sobreponernos a las adversidades.
“Quien
acepta lo que llega y se autoacepta, tiene pensamientos de este tipo:
‘preferiría obtener lo que quiero, cumplir mis metas, pero acepto que soy yo
quien tiene que esforzarse... y que, si a pesar de intentarlo, no lo logro,
puedo disfrutar mi vida’.
La persona con diálogos internos
basados en la autoaceptación, que cambian las exigencias por sanas
preferencias, sin juzgarse a sí misma ni a los demás, se sentirá
sanamente frustrada y molesta por ello, pero no deprimida
.
El
ser humano no puede controlar los acontecimientos pero sí la manera de
vivirlos, y puede crear su propio destino emocional.
“La
naturaleza humana es neutra. Por ello, hay que apoyar la autoaceptación”.
Somos
seres humanos capaces de ejecutar roles y comportamientos buenos y malos”, en lugar de cultivar ideas de autoestima que implican “soy una buena, o
una mala persona”.
A
veces las cosas salen a nuestro gusto y deseo, pero otras no, y siempre es una
etapa que finalmente pasará. En algunos momentos sentimos incomodidad y no nos
gusta la situación que afrontamos, pero ya hemos pasado por otras circunstancias parecidas y nuestra vida
no se acabó por eso; pasó el tiempo y volvimos a sentirnos bien.
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