Los
que viven culpando a los demás están tan atascados como un
carro en un trancón eterno.
Ojalá
perciban que al culpar, no solo no arreglan nada, sino que empeoran su incierta
situación.
Ojalá sean conscientes de que todo mejora si asumen
responsabilidad y destierran los sentimientos de culpa.
La verdad es que nadie puede causarte daño sin tu consentimiento,
sin que tú lo permitas.
Pueden robarte, traicionarte o herirte, pero
al fin eres tú quien
decide cómo reaccionar. Es tu libertad.
El
ser sabio logra permanecer imperturbable ante lo peor, consciente de que todo
es pasajero.
No es fácil lograr ese control, pero lo logras
con Dios en el alma y
dedicado a manejar las emociones.
Examínate
y deja de culparte o de culpar; al hacerlo tomas el
sendero de la luz y la felicidad.
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