A veces nos quedamos en relaciones que ya no nos
hacen bien, por miedo a soltar, por
temor a enfrentar el vacío. Pero, ¿de
qué sirve seguir luchando cuando lo hemos dado todo y ya no queda nada?
Este es el momento en el que te das
cuenta de que, aunque hayas perdido en el amor, no has perdido tu dignidad.
Prefiero ser el
"perdedor", ese que te entregó todo, incluso cuando sabía que no
había nada más que dar. Porque a veces, la verdadera valentía está en
dejar ir, en soltar esa hipocresía que se esconde detrás de una sonrisa forzada,
de una mirada vacía. Es
mejor sentir el frío del invierno fuera de estación que seguir engañándome,
pretendiendo que todo está bien cuando nada lo está.
No quiero que vayas por ahí
presumiendo que me robaste el corazón,
como si eso fuera un trofeo. No me queda nada más que mi libertad, y con eso me basta. Yo elijo ser libre, aunque
duela, aunque me enfrente a la soledad, porque prefiero el vacío que vivir prisionero de algo
que ya no existe.
Este es el precio de soltar,
de ser el que "pierde", pero al final, el verdadero perdedor no es el
que se queda vacío, sino el que se queda atrapado en una mentira.
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