Imagina un triángulo dorado que representa los pilares fundamentales de una vida plena: el amor, la consciencia y la coherencia. Si estos principios guían tu existencia, alégrate, pues transitas por el sendero de la sabiduría y la luz.
Incluso en un entorno hostil, el amor puro como el oxígeno nutre tu alma. ¿La alimentas diariamente con el mismo cuidado que dedicas a tu cuerpo? ¿Cultivas la presencia de Dios en tu vida a través de la oración y la meditación?
Busca experiencias que te revitalicen y te brinden aliento cuando te sientas abrumado. Los sabios enfatizan la importancia de la vigilancia para esquivar las tentaciones.
El amor es tu esencia y tu misión: amor propio, amor a Dios, amor al prójimo y amor a la hermosa creación. La consciencia te impulsa a actuar con rectitud y, unida al amor, te permite brillar con coherencia y alcanzar el bienestar.
· Como nos dice 1 Corintios 13:13: "Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor". En el amor encontramos la fuente de la alegría y la plenitud.
· La consciencia nos guía hacia la rectitud, como Proverbios 2:11 nos recuerda: "El buen juicio te protegerá; el entendimiento te guardará". La coherencia entre nuestras acciones y nuestros valores nos brinda serenidad interior.
· Como dice Mateo 5:37: "Que vuestro sí sea sí, y vuestro no, no". En este triángulo reside la verdadera felicidad.
· El amor, como lo describe San Pablo en 1 Corintios 13:4-7, es la base de este triángulo. Es un amor incondicional, paciente, bondadoso y comprensivo, que se manifiesta en nuestras acciones hacia Dios, hacia nosotros mismos y hacia los demás.
· La conciencia, por su parte, nos permite discernir entre el bien y el mal, guiando nuestras decisiones y acciones hacia el camino correcto. Proverbios 3:21 nos recuerda: "No apartes tus ojos de la ley; guarda en tu corazón sus enseñanzas."
· La coherencia, como fruto de la unión entre el amor y la conciencia, se refleja en una vida alineada con nuestros valores y principios. San Mateo 7:12 nos enseña: "Así que, en todo lo que quisieran que los hombres hicieran con ustedes, hagan ustedes lo mismo con ellos, porque en esto se resumen la ley y los profetas."
Al cultivar estos tres pilares en nuestras vidas, construimos un sólido "triángulo dorado" que nos conduce hacia la verdadera felicidad. Es una felicidad que no depende de las circunstancias externas, sino que brota de nuestro interior, de la paz y la plenitud que se alcanzan al vivir en paz y armonía con Dios, con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea.
Recordemos que este triángulo dorado no es una meta final, sino un camino continuo de crecimiento y transformación. Pidamos a Dios la gracia para fortalecer cada uno de sus lados, y así avanzar con paso firme hacia una vida plena y feliz, iluminada por la luz del amor, la conciencia y la coherencia.
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