Un
estudiante salió un día al campo con su profesor y al otro lado de un río
vieron a un anciano labriego arando.
Había
dejado sus viejos zapatos en la orilla y el inquieto joven
dijo:
- Le haré una broma; escondo los zapatos y nos
ocultamos para ver su cara cuando no los encuentre.
-
No, le dijo el buen profesor. Nunca te diviertas a expensas de los
pobres. Dale más bien una alegría a ese pobre hombre.
Coloca
una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo
reacciona cuando las descubra.
Eso hizo el muchacho y vieron como el anciano terminó
sus tareas, y cruzó el terreno en busca de sus zapatos.
Deslizó el pie en sus zapatos, encontró las monedas y la miró
pasmado y con una sonrisa en sus labios.
Entonces cayó de rodillas y en una
plegaria de gratitud, habló
de su esposa enferma y sus hijos con hambre.
El
estudiante quedó profundamente afectado y con sus ojos llenos de lágrimas, dijo:
He descubierto la inmensa
alegría de dar
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