Se cuenta la historia de un rey que organizó una carrera
para que participaran todos los jóvenes de su reino. La meta sería en medio del
patio del palacio, y el premio una bolsa llena de monedas de oro.
La carrera comenzó, pero
al llegar a cierto lugar en la ruta, uno tras uno, los corredores se encontraron con un gran
monton de rocas que les interrumpía el paso.
No queriendo perder la
oportunidad de alcanzar la meta y ganarse el deseado premio, cada uno maniobraba para pasar,
ya fuese por encima de las rocas o rodeando el obstáculo hasta salir al otro
lado y continuar.
Poco a poco los corredores
fueron llegando a la meta, y después de un tiempo todos estaban en el patio del
palacio. Todos, menos uno.
El rey decidió que la
presentación del premio no se haría sino hasta que el que todavía faltaba, llegara.
Después de una larga
espera, vieron al corredor que se acercaba. Cuando llegó y levantó su mano para saludar al rey, notaron
que había sangre en ella.
Entre resuellos el
corredor dijo: "Oh Señor Rey le ruego me disculpe la tardanza, pero en medio del camino había un
gran promontorio de rocas, y al estar quitándolas me dañe la mano.
Pero en el fondo me encontré con esta
bolsa llena de monedas de oro".
El Rey respondió:
"Hijo mío, tú has
ganado la carrera y el premio, porque el mejor competidor es el que no sólo
piensa en sí mismo, y en ganar, sino en hacer más
seguro el camino para los que vienen atrás".
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