Un corazón que se levanta tempranito, impulsado por la necesidad vital de tu presencia. Diariamente, mi alma se asoma a la ventana de la esperanza, solo para estrellarse contra el muro de la ausencia, preguntándome por la calidez de tu piel. Sangra, sí, este corazón sangra una herida profunda porque mis ojos no pueden contemplar tu rostro, porque mis manos no pueden sentir tu tacto.
Me levanto y rezo, buscando consuelo en lo alto, pero la espera se torna un peso insoportable. Siento que mis plegarias se diluyen en el vacío, que el santo al que imploro parece sordo a mi angustia. Rezo con la desesperación de quien anhela el aire, porque no te puedo ver, porque esta distancia carcome mi ser.
Hace tiempo que te digo, en susurros al viento y en gritos silenciosos a la almohada, que siento que me muero lentamente, desangrándome en cada día sin ti. No es tan fácil, amor mío, vivir lejos de la mujer que mi alma ha elegido como su faro, su norte, su todo. Aún me queda tu recuerdo, un tesoro invaluable enmarcado entre tu espejo, un eco de tu risa en el silencio de mi habitación. Y cada mañana, al despertar, mi primer pensamiento es una plegaria ferviente: rezo a Dios, al destino, a cualquier fuerza superior, que no estés lejos, que el hilo invisible que nos une no se rompa jamás.
Siempre llego a casa, a veces tambaleante después de intentar ahogar tu ausencia en la noche, y es tu recuerdo, la promesa de un reencuentro, lo que me permite ver el amanecer, la esperanza de un nuevo día que quizás nos acerque. Vuelve, mi amor, vuelve pronto, porque siento que la cordura se desvanece con cada hora que pasa sin ti, que el abismo de la soledad me engulle lentamente. Yo solo quiero hacerte entender, con la urgencia de un náufrago aferrándose a una tabla, que sin ti, los días se arrastran como siglos, que mi corazón late con una fuerza dolorosa, a punto de estallar con la presión de este amor contenido. Rezo, sí, sigo rezando con la fe menguante pero persistente, porque no te puedo ver, y esa imposibilidad es la daga que desgarra mi alma.
Siempre me levanto a media noche, despertado por la punzada fría de tu ausencia, por la necesidad imperiosa de saber dónde estás, si estás bien, si piensas en mí con la misma intensidad. Y en la soledad de la noche, cada vez que canto una melodía triste, cada palabra susurrada al vacío, cada beso imaginario que envío a la distancia, cada cuento que revive nuestros momentos juntos, cada lugar que guarda la huella de tu amor, se convierte en un lamento, en una plegaria silenciosa por tu regreso.

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