Disfrutas
la vida intensamente si te dedicas a agudizar tus sentidos y decretas: Le digo
adiós a una vida rutinaria y rígida.
Sí, aprendo a percibir el soplo divino en una
hoja, una piedra, la corteza de un árbol y la tersura del agua.
Un
río, un bosque, una abeja, un pajarito o una mariposa me muestran la grandeza
de Dios en toda su profundidad.
Me comprometo a ir más allá de lo aparente y
saco tiempo para apreciar la belleza que se esconde en lo cotidiano.
No
estoy loco cuando abrazo un árbol, toco la tierra, acaricio las flores o admiro
las estrellas.
Elijo escuchar otros sonidos, uso el tacto,
aspiro nuevos aromas, saboreo despacio lo que como.
La
felicidad está ahí al alcance de mis sentidos y allí está también el amor
infinito del Padre.
Salgo de lo trillado, despierto mi espíritu aventurero
y vuelvo a tener el asombro y la curiosidad de los niños.
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