Un día un viejo león muy pagado de su
grandeza se encontró con una víbora y le preguntó agitando su melena:
- ¿Quién es el rey de la selva?
- Tú, por supuesto, respondió la víbora, alejándose del león a toda marcha.
Más
encontró a un cocodrilo junto a un caudaloso río y le preguntó lo mismo.
- ¿Por qué me lo preguntas? Sabes bien que tú eres el rey de la selva.
Así pasó toda la mañana y todos los animales le respondían que el rey de la selva era él.
De
pronto tropezó con un
elefante.
El león ensoberbecido le lanzó la misma
pregunta: ¿Sabes quién es
el rey de la selva?
El elefante le pegó una fuerte patada al león, y con su trompa lo levantó como si fuera un muñeco de trapo.
Varias veces lo tiró al aire y, al fin, lo arrojó al suelo y puso sobre el dolorido león su inmensa pata.
- Está bien, lo entiendo.
Pero no hay necesidad de que te enfurezcas tanto, porque no sepas la respuesta.
- ¿Quién es el rey de la selva?
- Tú, por supuesto, respondió la víbora, alejándose del león a toda marcha.
- ¿Por qué me lo preguntas? Sabes bien que tú eres el rey de la selva.
Así pasó toda la mañana y todos los animales le respondían que el rey de la selva era él.
El elefante le pegó una fuerte patada al león, y con su trompa lo levantó como si fuera un muñeco de trapo.
Varias veces lo tiró al aire y, al fin, lo arrojó al suelo y puso sobre el dolorido león su inmensa pata.
Pero no hay necesidad de que te enfurezcas tanto, porque no sepas la respuesta.
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