Albert
Einstein, considerado como uno de los más grandes genios de la humanidad, no
aprobó los exámenes de admisión en el Politécnico de Zurich.
Influyó en esto su aversión a la educación rígida que había
recibido en Alemania.
Una formación autoritaria
e inflexible no provoca amor, sino odio.
La
disciplina es necesaria, pero no tiene por qué ser contraria a la educación, la
alegría, la libertad y el juego mismo.
Necesitamos
una educación que enseñe a vivir.
Que sea integral, centrada en la
unidad del ser humano; positiva basada en valores más que en prohibiciones, y
en convicciones más que en normas.
Una educación personalizada, que busque la unidad en la diversidad y que valore la individualidad.
Una educación abierta a lo
trascendente, basada en el amor a Dios y a los demás.
Y, por último, que sea realmente liberadora: ajena a dependencias frustrantes,
amiga del sentido crítico y
de la libertad responsable.
Propiciemos, pues, una educación centrada en
valores, no en datos.
Eduquemos
para convivir, no para competir.
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