Cuenta la historia que a un sabio le preguntaron: "¿qué nos puedes decir sobre el misterio de la vida y de la muerte?". Y él afirmó: "Todos los seres humanos mueren, pero no todos los seres humanos realmente viven.
A muchos los sorprende la muerte sin haber vivido, sin haber amado de verdad, sin disfrutar tantas maravillas". Muerte y vida son dos nombres de la misma realidad ya que cada día algo vive y muere en nosotros.
Los guías espirituales aseguran que el nacimiento no fue el comienzo y la muerte no es el fin. No somos de acá y no somos un cuerpo. Somos espíritus viajeros que se visten de materia para hacer aprendizajes de amor.
Al partir solo retornas a la dimensión de la que llegaste y allá o acá seguirás evolucionando. Una buena muerte se gana con una vida dedicada a amarte y amar.
Para vivir y morir bien cambia tu sistema de creencias.
Muchos sufren lo indecible debido a paradigmas limitantes y negativos implantados desde la infancia. Una de esas erróneas creencias la escucha uno cuando alguien muere: "Dios me lo quitó" o "Dios se lo llevó".
Por eso muchas personas pelean con Dios cuando parte un ser querido, en especial si es niño o joven. En realidad no pelean con el verdadero Dios, sino con un ser sádico que nunca ha existido.
Dios no te quita a nadie, porque uno siempre se va cuando es, ni antes ni después y eso está en un plan de vida.
Un plan que se traza con el mismo Dios antes de encarnar y que incluye exigentes aprendizajes. Así fue también para Jesús y el Padre no lo libró de la cruz, porque esa muerte terrible era parte de su misión.
Es innegable que duele hasta lo más profundo separarse temporalmente de los seres que amas porque "queda un espacio vacío que no se puede llenar ni con las aguas de un río". Pero también es cierto que estás mejor si prescindes de creencias dañinas que pintan esa transición con colores oscuros y la asocian a un dolor irremediable.
No, nada es irremediable cuando fluyes en el amor, te apoyas en la fe y creces en aceptación y desapego.
Nutrir tu alma con la esperanza es reparador y te da impulsos para no sucumbir. Abre la mente y graba en tu ser la serena creencia de que la vida no es un acertijo sin solución, porque existe un plan divino perfecto.
Haz un reencuadre en tu cerebro y habla de transición a la luz, no de muerte terrible; de nuevo nacimiento, no de pérdida irreparable; de reencuentro festivo, no del final de todo.
Lo que ves como 'malo' es necesario aunque te suene absurdo.
La muerte trae dolor, vacío y aflicción, pero una visión esperanzada de ella como paso a otra vida aligera el pesado fardo de la separación.
Sé consciente, eso sí, de que en el más allá recoges lo que sembraste y que solo una vida bien vivida es el pasaporte a una transición luminosa.
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