Solemos pensar en el perfeccionismo como un aspecto positivo en lo referido a la productividad. Sin embargo, muchas personas con este rasgo más bien se quejan de lo contrario: estancamiento e infelicidad.
5 claves para dejar de ser tan perfeccionista
Si eres una persona perfeccionista sabes bien lo duro que resulta necesitar tener todo perfecto. Puede que incluso te hayas dado cuenta de lo inútil que resulta el perfeccionismo en muchas áreas. Tal vez haya cosas que tengan que ser o estar perfectas, pero eso no es necesario que esta premisa se cumpla en todo lo que te rodea.
Uno de los problemas de ser perfeccionista es que necesitas emplear mucho tiempo para pulir pequeños detalles, la mayoría de las veces sin importancia. Es posible que en estas ocasiones te des cuenta de que todo ese tiempo no ha merecido la pena, incluso que te sientas culpable por ello.
En algunos momentos, ser excesivamente perfeccionista les resta naturalidad y espontaneidad a las cosas. Así, si no puedes dominar todos los detalles, cualquier cosa que se salga de tu esquema te hará sufrir, impidiendo que disfrutes de lo que has preparado.
Hecho es mejor que perfecto
No vamos a negar que las cosas hay que hacerlas bien, al menos, todo lo bien que se pueda. Pero obsesionarse con los detalles puede llegar a estresar, a limitar la creatividad, a agotar metal y físicamente. Es más, el perfeccionismo puede frenarte, impedirte avanzar.
“Hecho es mejor que perfecto” (“Done is better than perfect”) es una máxima que se ha hecho muy popular en los últimos años. Muchas son las personas que sienten que no avanzan debido a que quieren tenerlo todo perfecto antes de seguir y muchas se dan cuenta de que tienen que elegir entre estancarse o avanzar. Pero, solo avanzando, se alcanzan las metas.
Perfeccionismo y excelencia
La excelencia es algo a lo que deberíamos aspirar todos para conseguir ser mejores, hacer cosas mejores y diferenciarnos. Entonces, ¿podríamos pensar que, para ser excelentes, debemos ser perfeccionistas? No necesariamente: la excelencia como fuerza impulsora funciona muy bien, como obsesión es extraordinariamente limitante.
En el perfeccionismo no es la lucha por la excelencia lo que se convierte en un problema, sino que es la angustia del fracaso percibido lo que socava nuestra capacidad para dar algo por finalizado. De hecho, el perfeccionismo nos hace menos eficaces.
El problema es que los perfeccionistas tienden a posponer las tareas, porque se sienten abrumados y presionados ante la idea de que no han hecho las cosas como les gustaría y temen enfrentarse de nuevo a esa presión.
Cómo ser menos perfeccionista
El perfeccionismo afecta directamente a la autoestima de las personas. Un perfeccionista nunca está satisfecho con lo que hace y exige a los demás en una medida que, por lo general, no entienden. Los perfeccionistas son infelices porque se sienten atrapados en su propia trampa.
Salir de esa jaula simbólica y empezar a vivir de manera más flexible te hará ver que no siempre es necesario pulir cada detalle, que lo que está por hacer es mucho más interesante que seguir dándole vueltas a lo ya has hecho.
Reduce el número de asuntos en los que quieres ser perfecto
Uno no puede dejar de ser perfeccionista de la noche a la mañana. Es un proceso que lleva tiempo. El perfeccionismo suele estar tan arraigado que arrancarlo de cuajo no solo es doloroso, sino que es casi imposible. Siempre queda una raíz que nos atormenta.
En lugar de querer cambiar radicalmente, reduce el número de asuntos en los que buscas el perfeccionismo. Poco a poco, elige en qué áreas o en qué aspectos de tu vida puedes ser más flexible y puedes aceptar ser menos perfeccionista.
Reduce el perfeccionismo que exiges a los demás
Los perfeccionistas consigo mismos suelen ser muy exigentes con los demás y controlarlos en exceso. Pero las personas son como son y no como a ti te gustaría que fuesen, y no puedes exigirles que tengan la personalidad que a ti te gustaría.
No seas tan quisquilloso y concédeles también un poco de margen también a los demás, aunque para ello tengas que mirar para otro lado. Antes de pedir, intenta valorar el coste de lo que exiges; no en general, sino para la persona que tiene que realizar la tarea.
Disfruta de los matices de la vida
Un perfeccionista lo ve todo blanco o negro, perfecto o imperfecto. Pero, así la capacidad de sentir satisfacción por lo realizado se ve muy limitada. Hay tonos, colores y matices y aprender a discriminarlos te va a conceder la posibilidad -maravillosa y sencilla- de disfrutar del producto de tu trabajo y del de los demás.
Ten presente la subjetividad con la que hacemos juicios. No olvides que cuanto más amplia sea tu perspectiva más podrás disfrutar de la cosas. Aprende a reconocer cuándo algo es suficientemente bueno y sigue adelante.
Alimenta tu sentido del humor
El humor es flexible, nos permite ver más allá, apreciar matices nuevos, divertirnos con las imperfecciones. Pero los perfeccionistas no suelen ser personas divertidas, no en lo que hace referencia a aquello en lo que buscan la perfección.
Sin embargo, reírse de los defectos, aunque sea de los propios, te ayudará a relajarte, a disfrutar de lo que has hecho y a que los demás también disfruten y a quitarle importancia a aquello que no la tiene o que ya no se puede cambiar. También te ayudará a encontrar una solución creativa para hacerlo mejor la próxima vez.
No te escondas en el perfeccionismo para posponer las cosas
¿Realmente lo quieres perfecto o buscas la perfección para eludir lo que tienes que hacer después? El hecho es que muchas personas se esconden en el “todavía no está bien” para no dar el siguiente paso, para no enfrentarse al siguiente desafío o para justificar su falta de capacidad para terminar algo más complejo.
No te engañes a ti mismo y no pongas la excusa de que no está terminado cuando sabes que lo está, ni dediques más tiempo del realmente necesario pensando que así quedará mejor.
Reflexión desde el punto de vista católico
En el camino espiritual, abandonar la perfección demanda humildad y confianza en la gracia divina. Las claves residen en reconocer la limitación humana, aceptar errores con amor propio y aprender de ellos. La oración nutre la confianza en la Providencia, recordando que Dios trabaja a través de nuestra imperfección. Practicar la compasión hacia uno mismo y hacia los demás disuelve la rigidez del perfeccionismo, permitiendo el crecimiento espiritual. Al soltar la carga de la perfección, abrazamos la libertad y la confianza en que la verdadera plenitud se encuentra en la entrega a la voluntad divina.