Para
comprender mejor en qué consiste esta “materialización de internet” de la que
todos hablan, un reportero da un sorprendente paseo por la vida digital de su
pequeño hijo.
Como a mucha gente, me cuesta trabajo entender el
metaverso desde que Mark
Zuckerberg emprendió la acción de colonizarlo cuando, hace poco, cambió
la marca de su compañía de Facebook a Meta.
Tras varios días de leer descripciones verborreicas de
este misterioso reino tecnológico que decían que se trata de “una materialización de internet, donde en
lugar de solo ver contenido, estás dentro de él” como el propio Zuckerberg
mencionó, decidí recurrir a alguien que lo vive todos los días: mi hijo de 8 años, Anton,
gracias a su obsesión con la plataforma de videojuegos Roblox.
Anton y la mayoría de sus amigos de tercer grado en
Brooklyn son orgullosos miembros de la gigantesca comunidad de 43 millones de usuarios activos diarios de
Roblox, una población que se ha multiplicado con rapidez durante la pandemia.
(La base de usuarios diarios de Roblox creció un 82 por ciento solamente en los
primeros nueve meses de 2020).
Es tal la influencia de Roblox que cuando él y sus amigos sufrieron una
interrupción en el servicio durante tres días durante el fin de semana de
Halloween, fue como su propia versión de la crisis de los misiles en Cuba.
Confundidos y ansiosos, intercambiaron rumores de un
ataque furtivo por un colectivo de hackers misterioso. “Pero no pongas su nombre en línea”, me
advirtió Anton. “Ya sabes
qué pasa cuando los hackers se enojan”. (Roblox posteriormente aclaró
que el sistema solo estaba saturado).
Cualquiera que juegue en Roblox, o cualquier otro juego
en línea de gran popularidad como Minecraft o Fortnite, ya se siente como en casa al cambiar el mundo
plano de los sitios web y las redes sociales por algo más inmersivo. El
que todos aceptemos las realidades aumentada y virtual, supuestamente, guiará a
nuestros avatares computarizados, que casi son nosotros, a través de un
interminable conjunto de lugares de ensueño digitales que parecen creados por
Pixar (o Zuckerberg) para
trabajar, comprar, viajar, pasar tiempo con amigos y (me imagino) más adelante
ligar.
Como ya me sentía por completo fuera de onda, hace poco
le pedí a Anton que me
llevara con él a su país digital de Nunca Jamás. Acomodado con mi iPhone
en el sofá de nuestra sala, Anton logró destilar la esencia de este lugar, de
manera tan competente como cualquier capitalista de riesgo conduciendo un Tesla
por Sand Hill Road.
“Tienes
la oportunidad de entrar en un mundo diferente”, dijo Anton, poco antes
de que nos despojáramos de nuestros cuerpos análogos para desvanecernos en
píxeles como en la película Tron. “O sea, no entras. Pero parece que entraras”.
Pero, ¿dónde aterrizamos? Roblox contiene millones de juegos de rol de
desarrolladores independientes.
Por supuesto, hay juegos que los niños no deben jugar, incluyendo Jailbreak,
el muy popular juego de rol en el cual, para aquellos que eligen el camino
criminal, el “rol” es escapar de prisión y el “juego” es orquestar robos. Los padres también están muy
preocupados por las muchas versiones en Roblox de El juego del calamar, basadas
en la hiperviolenta serie de Netflix.
No obstante, Anton se conectó a Bloxburg, un juego que
simula la existencia cotidiana en el que su vida virtual parece… un poco
mundana. Su no tan emocionante metrópolis virtual se ve como cualquier ciudad
de Estados Unidos, como si hubiera sido renderizada en AutoCAD, y su vida ahí no es muy
diferente a la de cualquier adulto en la vida real que tiene que marcar la hora
de entrada a su trabajo.
Aun así, parecía muy emocionado de mover a su avatar que
lucía como un Lego —con unos músculos que pondrían verde de envidia a John Cena,
gracias a, me dijo, otro juego de Roblox, Weight Lifting Simulator— camino a su
empleo en un lugar llamado Pizza Planet.
Su turno laboral duró solo unos minutos, gracias a la
escala de tiempo comprimida de Roblox, pero su avatar se mantuvo ocupado
metiendo pizzas a un horno de dimensiones industriales en un restaurante de la
era espacial que al
parecer estaba lo suficientemente automatizado como para poder operar la cocina
por sí mismo. (Espero que esto no sea un vistazo al futuro real de Anton
en un lugar de trabajo
dominado por los robots).
Estaba muy emocionado de ganar suficientes Blocksbux (una
divisa virtual dentro del juego que puede ser comprada con la moneda del reino
de Roblox, Robux) para amueblar su modesta casa de amarilla con una rocola
instalada, curiosamente, en el patio trasero, junto a un costal de boxeo y una
hamaca. Era claro que disfrutaba la vida de ahí. “Haces tus propias reglas”,
mencionó. “Puedes andar en
motocicleta, ser dueño de una casa, organizar una fiesta. A los 8 años, puedes
conseguir un trabajo”.
Bloxburg tiene vida nocturna, al parecer. En otra visita,
llegamos a una fiesta en una casa que parecía un hangar decorado como un ala
del Museo de Arte Moderno de Nueva York pero con muebles salidos de un antiguo
catálogo de Sears.
Los
invitados, obvio, eran totalmente cuadrados, ya que ellos también eran avatares
de Roblox con cuerpos formados con bloques. Nadie parecía conocer a ninguna otra persona ni
interactuar. Sin embargo, con base en sus sonrisas congeladas, parece que
disfrutaban trotar de un cuarto al otro con torpeza para no hacer nada
en particular. Nadie pareció darse cuenta cuando el avatar de Anton se colocó
detrás de la batería y la tocó como Lars Ulrich.
Pero si quisiera ir a fiestas incómodas puedo hacerlo en
la vida real. Quería un vistazo más grande de nuestro futuro supuestamente
fantástico en el metaverso, así
que iniciamos sesión en Adopt me!, un juego con gráficos de un mundo de
golosinas, en donde los usuarios coleccionan y cuidan mascotas, algunas comunes
y otras míticas, que salen de huevos. “Me acaban de ofrecer un gatito
suavecito”, comentó Anton instantes después de conectarse. “Así de ‘apto para
niños’ es”.
Visto superficialmente, el juego parecía ofrecer bastante énfasis en el
desarrollo de la infancia temprana y la atención médica asequible (te
pagan por llevar a tu mascota al hospital, me contó Anton) para satisfacer a
cualquier socialdemócrata progresista.
No obstante, a un nivel más profundo, el juego tenía estrategias y
avaricia a un nivel como el de la serie Succession. Como en el metaverso de
Zuckerberg, gran parte de lo bueno está a la venta, en este caso la moneda
virtual dentro del juego, que Anton me explicó que puede ganarse al completar
actividades en el juego o con dinero verdadero, que a veces se los dan los
padres. (El año pasado, un niño de 6 años al que le encanta Roblox y que
vive en Australia acumuló compras por 8000 dólares que se cobraron a la cuenta
bancaria de sus padres). El objetivo real no es ganar o perder, sino codiciar y
adquirir.
Y
hay muchas ventajas, como en el mundo real. Anton explicó que su huevo
de inicio, del que salió un cachorro, era gratis, pero si quería una mascota
más chévere, tenía que pagar. Apenas podía seguir el ritmo de los movimientos que estaba haciendo,
pero pronto me informó que había gastado más dinero (alrededor de 3,50 dólares)
para convertirlo en un perro alado en el que podría volar, como un Pegaso,
a través del pueblo del juego, parecido a Villa Quién de los libros del Dr.
Seuss, e ir ganando dinero en efectivo mientras compraba agua para la mascota o
una ducha.
Sin embargo, el trabajo de un día honesto solo llega
hasta cierto punto en Adopt Me!. Cuanto más exótica sea la mascota, mayor será el costo. La
escasez artificial hace subir los precios aún más. Anton, por ejemplo, estaba
encaprichado con tener una furia helada de edición limitada, un dragón blanco
sin alas que alguna vez se vendió por 800 Robux (9,99 dólares en moneda real), pero ahora es muy codiciado y
únicamente está disponible a cambio de un gran botín. ¿Es caro porque es
hermoso? “Porque es raro”, dijo.
Esto
explica por qué jugadores jóvenes y mayores buscan cualquier ángulo para
hacerse de una colección de animales espectacular que sus vecinos envidiarían.
Anton y sus amigos intercambian activos con entusiasmo, consultando cuadros de
valor en línea como si fueran diminutos especialistas en matemáticas de Wall
Street.
El
espíritu mercantil me pareció emocionante y agotador. Además, me hizo pensar en
los comentarios negativos de los expertos que hace algunos días han expresado
horror porque el metaverso dará como resultado una tecnología que lo cubrirá
todo de manera sofocante, aislando a los humanos uno del otro y de los placeres
sensoriales de la vida real.
Tuve el miedo opuesto. El metaverso de Anton parecía
jalar a su generación de un universo digital de ojos abiertos de Nintendo y
Moana: Un mar de aventuras
hacia una vida digital demasiado real donde están aprendiendo lecciones duras
de las que yo estuve protegido hasta mis veintitantos años.
Anton ya
aspira a convertirse en un emprendedor de las dimensiones de Zuckerberg (o tal vez un Travis Barker nuevo). Como él lo expresó: “Un minuto te estafan y al otro
estás dándote la gran vida y ganando miles de millones de dólares”.
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