Cuando empiezas a discutir y discutes
más que disfrutas, cuando empiezas a no tener ganas de tener intimidad, cuando
le sacas más defectos que elogios, cuando se pierde el respeto…
Cuando
sucede todo eso la cosa va mal. Y sobre todo, cuando un día te ves en el sillón sentada a su lado y
pensando «¡pero yo que hago aquí!».
Cuando nos sentimos infeliz en esa
relación empezamos a fijarnos solo en aquello que no nos gusta de la otra persona.
Hay reproches, quejas constantes, intentos de hacer cambiar al otro, dejamos de
admirarnos y nos sentimos
decepcionados con su forma de ser.
En ocasiones incluso hay faltas de
respeto, gritos y una sensación de desesperación.
Pensamos que igual estaríamos mejor con
otra persona. Puede
que ya no haya deseo o incluso
que aparezca el rechazo físico.
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