Desperté
y mi yo animoso me sugirió hacer ejercicio, pero mi yo perezoso habló más
fuerte, acalló al otro y me quedé en la cama. Más tarde bajé a desayunar y comí
en demasía, porque mi yo goloso fue más convincente que el yo del autocontrol.
Antes de salir a la calle, mi yo afectuoso pensó decirles algo lindo a los que
amo y abrazarlos, pero mi yo egoísta lo arrinconó.
Ya en el trabajo me fue bien, pero mi
yo comodón se impuso y no laboré con la energía de mi yo entusiasta. Desde el
alba hasta la noche, mi yo espiritual estuvo arrinconado, porque mi yo material
le dijo: no hay tiempo
para ti ni para el alma. ¡Ah! No sé qué hacer con mis diferentes ‘yoes’,
tengo que armonizarlos con mi yo superior, mi yo divino. Voy a aprender de aquellos que
crean la paz interior y ya no tienen batallas internas.
A partir de hoy mandará mi yo
superior o espiritual y podré disfrutar de esa felicidad que, sin armonía, me
es tan esquiva. Necesito
urgentemente gerenciar mi propia vida. Ser el gerente de mi vida es una sabia
decisión para no andar dividido, errático y tensionado, como una veleta o un
barco al garete.
Elijo
darme el regalo de definir un plan de acción con objetivos claros, recursos y
fechas de cumplimiento. Solo así evito un error tan común:
vivir frustrado por confiar en deseos vaporosos y promesas vanas. ‘Yo mismo
S.A.’ es mi empresa y, si no le entrego lo mejor de mí, acabaré en bancarrota
emocional.
Los
que damos orientación nos aterramos al ver lo poquito que se aman la mayoría de
las personas.
Sueñan
con lo mejor sin metas claras, sin planes, sin entrega ni control, sin
priorizar su tiempo.
Otras dos fallas son descuidar sus
relaciones y hacer compromisos solo por unos días, olvidando que un campeón
entrena siete horas diarias. Recuerda que si andas enredado y sufres, Dios no
es el culpable, ¿dónde
están tus planes, tu entrega, tus prioridades y tus índices de gestión?
En la sicología transpersonal, el yo superior es Dios en ti, es
tu yo centrado en el amor, eres tú mismo cuando te armonizas y no te desgastas
en batallas internas, porque creces en autocontrol.
Trescientos años antes de Cristo, los
filósofos estoicos ya tenían claro que el autocontrol y la virtud eran el sendero hacia la felicidad.
Incluso habían comprobado que una persona honesta y amorosa podía
ser feliz estando enferma o con carencias.
Los estoicos descubrieron que toda emoción dependía de alguna
creencia que la condicionaba; en otras palabras, que el sufrimiento no depende de la realidad, sino
de las creencias mentales, de la no aceptación y de no ser fieles a
compromisos de mejoramiento. Es bueno recordar a esos pioneros del pensamiento
y del arte de vivir.
El estoicismo ejerció un gran influjo
en la antigüedad y uno de sus mejores exponentes fue Marco Aurelio (121-180
d.C.). Su visión de la
vida sigue vigente y tú eres sabio si eres virtuoso, si eres amoroso y asumes
todo serenamente.
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