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LA PANDEMIA NOS ENSEÑO A VIVIR CON MENOS, PARA VIVIR CON MÁS

 Desde pequeño me enseñaron a querer y a buscar más de todo.
 
La vida se trataba de tener más, de buscar más, de querer más.
 
Cualquier cosa, material o inmaterial, era sólo el escalón previo para buscar algo más.
 
Todo se hace viejo e insuficiente, cada vez más rápido.
 
Y así, la vida es sólo una carrera frenética de acumulación y sustitución.
 
Más de todo, todo el tiempo.
 
Y de pronto, llegó la pandemia.
 
Ese freno de mano brutal que no lo vimos venir.
 
Y la carrera interminable por acumular y sustituir se paró abruptamente.
 
De un día para otro se redujo el espacio que habito, el número de personas con las que interactúo y la cantidad de cosas que tengo que hacer en un día.
 
 En un principio, como muchos, yo imaginaba que sería un simple freno temporal.
 
Una vacación en casa.
 
Un sabático de 4 semanas.
 
Pronto regresaría todo a la normalidad.
 
Los ahorros alcanzarían, los proyectos podían esperar y la familia iba a aguantar.
 
Pero las 4 semanas se hicieron 6 meses.
 
Los ahorros no alcanzaron, los proyectos se murieron y la familia ya está hasta la madre de estar encerrada.
 
Sin darme cuenta tuve que aprender a vivir con menos de todo.
 
 Menos espacio para moverme.
 
Menos compromisos por día.
 
Menos ingresos.
 
Menos gastos.
 
Menos diversión y contacto con personas distintas.
 
Menos traslados y prisas.
 
Menos tráfico y menos contaminación.
 
Menos privacidad y menos espacios propios.
 
Menos distractores.
 
Menos alternativas.
 
Menos cosas.
 
Menos lujos.
 
Menos formalidades.
 
 De pronto dejé de usar camisas, sacos, corbatas y zapatos de vestir.
 
Tres cuartas partes de mi clóset de ropa quedaron olvidados.
 
Dos o tres pantalones, unas playeras y unos tenis empezaron a ser suficientes para recorrer la casa, con las mismas personas de siempre, para hacer lo mismo de todos los días.
 
Las cosas acumuladas por años empezaron a estorbar.
 
 Los espacios de la casa, que antes eran sólo lugares de paso, se convertían en espacios vitales.
 
 Lugares para estar y pasar muchas horas, y no sólo esquinas que adornan y embellecen.
 
 Habitar empezó a ser más importante que acumular.
 
 Vivir empezó a ser más importante que sustituir y renovar.
 
 Existir y resistir empezó a ser más importante que presumir y enseñar.
 
 La vida se hizo más lenta, más monótona, más repetitiva.
 
 Muchas personas que parecían imprescindibles en mi vida simplemente dejaron de existir.
 
 Decenas de cosas que parecían esenciales en el día, quedaron guardadas en un cajón.
 
 Una laptop, un celular, una pluma, un libro, unos plumones y un pizarrón se convirtieron en las cosas que realmente necesito para existir y resistir.
 
 Vivir y resistir, lo único que importa hoy.
 
Lo demás, estorba.
 
 De pronto, vivir con menos generó el espacio que necesitaba para vivir con más.
 
Vivir con menos personas me permitió gozar más a las que sí tengo.
 
 Vivir con menos espacio me obligó a verme a mí y convivir conmigo.
 
 Vivir con menos cosas generó lugar para crear nuevas y mejores.
 
 Vivir con menos dinero me obligó a valorar más el que llega y hacerlo rendir.
 
 Vivir con menos prisa me generó más tiempo para sentir.
 
 Vivir con menos distractores me obligó a poner atención.
 
 Vivir con menos formalidades me orilló a entender las prioridades.
 
 Vivir con menos obligaciones me permitió volver a sentir el placer de servir.
 
No estoy listo para agradecerle a la vida este momento, pero sí quiero recordarlo siempre, porque 2020 me ha enseñado que vivir con menos, me permite vivir con más.









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