Biblia cristiana > Nuevo Testamento > Evangelios
> San Juan > Jesús y la mujer samaritana (43:4:1 - 43:4:42)
Cuando Jesús se enteró de que los fariseos habían oído
que Jesús hacía y bautizaba más discípulos que Juan (aunque Jesús mismo no
bautizaba, sino sus discípulos), dejó Judea y se fue otra vez a Galilea.
Le era necesario pasar por Samaria; así que llegó a una
ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca del campo que Jacob había dado a su hijo
José.
Estaba
allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, estaba sentado junto
al pozo. Era como la hora sexta.
Vino una mujer de Samaria para
sacar agua, y Jesús le dijo: —Dame de beber.
Pues los discípulos habían ido a
la ciudad a comprar de comer.
Entonces la mujer samaritana le
dijo: —¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, siendo yo una
mujer samaritana? —porque los judíos no se tratan con los samaritanos—.
Respondió Jesús y le dijo: —Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice:
“Dame de beber,” tú le hubieras pedido a él, y él te habría dado agua viva.
La mujer le dijo: —Señor, no tienes con qué sacar, y el
pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?
¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob quien nos
dio este pozo y quien bebió de él, y también sus hijos y su ganado?
Respondió Jesús y le dijo: —Todo
el que bebe de esta agua volverá a tener sed.
Pero cualquiera que beba del
agua que yo le daré, nunca más tendrá sed, sino que el agua que yo le daré será
en él una fuente de agua que salte para vida eterna.
La mujer le dijo: —Señor, dame esta agua, para que no tenga sed, ni venga
más acá a sacarla.
Jesús le dijo: —Vé, llama a tu marido y ven acá.
Respondió la mujer y le dijo: —No tengo marido. Le dijo Jesús: —Bien has dicho:
“No tengo marido”;
porque cinco maridos has tenido, y el que tienes ahora no
es tu marido. Esto has dicho con verdad.
Le dijo la mujer: —Señor, veo que tú eres profeta.
Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís
que en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar.
Jesús le dijo: —Créeme, mujer, que la hora viene cuando
ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre.
Vosotros
adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación
procede de los judíos.
Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre
busca a tales que le adoren.
Dios es espíritu; y es necesario
que los que le adoran, le adoren en espíritu y en verdad.
Le dijo la mujer: —Sé que viene el Mesías—que es llamado
el Cristo—. Cuando él venga, nos declarará todas las cosas.
Jesús le dijo: —Yo soy, el que habla contigo.
En este momento llegaron sus discípulos y se asombraban
de que hablara con una mujer; no obstante, ninguno dijo: “¿Qué buscas?” o “¿Qué
hablas con ella?”
Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue a la ciudad y
dijo a los hombres:
—¡Venid! Ved un hombre que me ha dicho todo lo que he
hecho. ¿Será posible que éste sea el Cristo?
Entonces salieron de la ciudad y fueron hacia él.
Mientras tanto, los discípulos le rogaban diciendo:
—Rabí, come.
Pero les dijo: —Yo tengo una comida para comer que
vosotros no sabéis.
Entonces sus discípulos se decían el uno al otro: —¿Acaso
alguien le habrá traído algo de comer?
Jesús les dijo: —Mi comida es
que yo haga la voluntad del que me envió y que acabe su obra.
¿No decís vosotros: “Todavía faltan cuatro meses para que
llegue la siega”? He aquí os digo: ¡Alzad vuestros ojos y mirad los campos, que
ya están blancos para la siega!
El que siega recibe salario y
recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra y el que siega se gocen
juntos.
Porque en esto es verdadero el dicho: “Uno es el que siembra, y otro
es el que siega.”
Yo os he enviado a segar lo que
vosotros no habéis labrado. Otros han labrado, y vosotros habéis entrado en sus
labores.
Muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en
él a causa de la palabra de la mujer que daba testimonio diciendo: “Me dijo
todo lo que he hecho.”
Entonces, cuando los samaritanos vinieron a él, rogándole
que se quedase con ellos, se quedó allí dos días.
Y muchos más creyeron a causa de su palabra.
Ellos
decían a la mujer: —Ya no creemos a causa de la palabra tuya, porque nosotros
mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Por favor, escriba aquí sus comentarios