Dejar de fumar no es perder algo… es recuperarte a ti mismo. Es oler de nuevo la lluvia, reír sin toser, abrazar sin miedo.
Un día te miras al espejo y ya no ves al mismo de antes. No son solo las ojeras, ni la tos mañanera, ni el cansancio constante… es algo más profundo: te das cuenta de que te estás apagando lentamente, mientras el humo se lleva pedacitos de ti.
Fumar ya no es placer, es cadena. Ya no es rebeldía, es dependencia. No es compañía, es ausencia. Porque mientras el cigarro se consume, también se consume tu tiempo, tu aire, tu vida.
Y lo peor no es morir, sino vivir sin respirar con libertad.
Dejar de fumar no es perder algo… es recuperarte a ti mismo. Es oler de nuevo la lluvia, reír sin toser, abrazar sin miedo. Es mirarte con orgullo y decir: “esta vez gané yo, no el humo”.
Dejar de fumar no es un sacrificio, es una resurrección.
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