¡Juventud, divino tesoro! ¡Ya te vas y no
volverás! A veces quiero llorar y las lágrimas no salen, pero en otras,
lloro sin querer. Es una paradoja de la vida, ¿no?
Recuerdo
cómo era la historia de mi corazón: una dulce niña en medio de un mundo lleno de duelo
y aflicción. Ella sonreía como una flor, iluminando mis días. Su
cabellera oscura era como la noche, llena de misterio y dolor.
Era tímido, como un niño, mientras ella era pura naturaleza y fuerza.
Juventud,
siempre esquiva. Cuando
pienso en esos momentos, me doy cuenta de que, a pesar de los abrazos y los
besos, había algo en nuestra relación que se desvanecía. El amor
es una mezcla de ternura y pasión, pero también puede ser un arma
de doble filo. En sus
brazos, me sentía arrullado, pero esa sensación también me mató un poco,
dejándome vacío y falto de fe.
Y ahora, a
pesar del tiempo que pasa y el cabello que se torna gris, mi sed de amor
sigue ahí. Busco a la princesa de mis sueños,
pero la vida se siente dura y amarga, y las princesas parecen desvanecerse en
el aire. No hay más canciones que cantar.
Pero aquí estoy, recordando cada instante, cada risa y cada lágrima. ¡Juventud, divino tesoro! Aunque te hayas ido, siempre guardaré en mi corazón el Alba de oro, ese brillo que jamás se apagará. Porque, al final, cada recuerdo es un tesoro que lleva consigo la esencia de lo vivido.

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