Cuando el compositor francés Héctor Berlioz
tenía 27 años intentó
quitarse la vida arrojándose al mar.
Se había enamorado perdidamente de una joven
parisina llamada Camila y luego se enteró que ella tenía otro novio.
En un primer momento Berlioz pensó matar al novio, pero luego tuvo un intento de suicidio.
Afortunadamente lo salvaron y, paso a paso, el genial compositor olvidó el hecho y se consagró en la música.
Cuando se desdibuja el sentido de la vida tú puedes pensar en lo mismo y acaso intentarlo.
Lo que aseguran los sabios es que el suicida vuelve a nacer y a
afrontar las mismas pruebas.
Suicidarse es hacerse daño a sí mismo y a los
que nos aman cuando el
reto es renovar la fe y la esperanza.
La
salida está en buscar ayuda, serenarse, explorar otras alternativas y creer que
todo lo que se vive se puede superar.
Vivimos tiempos donde el cansancio y la incertidumbre intentan apagar la llama interior. Pero el Señor nos llama a renovar la fe y la esperanza, no desde la comodidad, sino desde la confianza en su promesa. La fe se renueva cuando oramos, servimos y volvemos a mirar a Cristo con corazón sincero. La esperanza renace cuando recordamos que, aunque la noche sea larga, el amanecer de Dios siempre llega. Cada dificultad puede ser una oportunidad para crecer en el amor. Renovar la fe es volver a creer; renovar la esperanza es volver a soñar con Dios.

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