¿Te has sentido alguna vez enamorado de una noche?
En un pequeño pueblo con mar, todo comenzó después de un concierto. Tú eras la
reina detrás de la barra del bar que aún estaba abierto. Cántame una canción al oído y a
cambio te pongo un cubata. Pero había una condición: abrir los balcones de esos ojos de gata que me
hipnotizaban.
Fue una noche
mágica, de esas que se
quedan grabadas. Caminito al hostal, nos besamos bajo cada farola, y el tiempo
pareció detenerse. La
Luna fue testigo de nuestros susurros y de cómo nos perdimos uno en el otro.
No quiero dormir sola, dijiste, y yo solo podía pensar que esa noche era
nuestra.
Pero, como
todo cuento, el verano
terminó, y el siguiente año volví a buscarte. Sin embargo, tu bar ya no existía. En
su lugar, un banco. ¿En serio, destino? Parecía una broma cruel. Te busqué entre la multitud,
esperando escuchar tu risa, pero solo encontré silencio.
A veces, las memorias son lo único que nos queda. La
nostalgia me hizo arrojar piedras contra los cristales de la nueva sucursal,
porque esa noche, aquella conexión, no fue un sueño. Así que aquí estoy, recordando esos momentos,
deseando que el destino nos brinde otra oportunidad. Porque sé que la Luna, donde sea que
estés, siempre será nuestra cómplice.
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