A veces nos dejamos atrapar por la rutina y olvidamos lo
asombroso que es simplemente existir. Nos preocupamos por lo que nos falta, sin
darnos cuenta de la inmensidad de lo que ya tenemos. Pero si nos detenemos un momento, como lo hace Juan
Carlos Botero Zea en su ensayo, nos daremos cuenta de que la vida misma es el
mayor privilegio.
Hemos escuchado la música que un día solo existió en la mente de genios como Beethoven o Mozart. Hemos visto las mismas estrellas que inspiraron a Galileo y hemos sentido la gravedad que intrigó a Newton. Disfrutamos del arte, la literatura, la ciencia y los inventos que han moldeado nuestra historia. Nos conmovemos con la risa de nuestros hijos, el calor de un abrazo y la dulzura del chocolate. Hemos probado la sal del mar, sentido el rocío en la piel y visto el vuelo de un pájaro, libre, desafiante.
No hace falta ser un gran líder, un artista o un
científico para vivir con intensidad. La vida misma es un regalo lleno de
pequeños milagros que, en su conjunto, forman una existencia extraordinaria. Conviene
recordarlo. Conviene agradecerlo. Porque el mayor privilegio no
está en lo que logramos o poseemos, sino en lo que sentimos, vivimos y
compartimos.
REFLEXIONES DE UN SACERDOTE CATOLICO
¡La vida es un milagro! Desde el primer latido hasta el último respiro, Dios nos sostiene con Su gracia (Salmo 139:13-14). Cada amanecer, cada abrazo, cada instante de paz es un regalo divino que desafía la oscuridad del mundo. Sin embargo, ¿cuántas veces damos por sentado este don sagrado? La rutina, el estrés o la indiferencia nos hacen olvidar que estar vivos es una elección de amor del Padre (1 Juan 3:1).
La vida no es un hecho casual, sino una vocación. Cada día es una oportunidad para amar, servir y crecer en santidad, incluso en medio del sufrimiento. La fragilidad humana no es un error, sino un llamado a confiar: “Yo estoy con vosotros todos los días” (Mateo 28:20). La naturaleza, la familia, la salud —¡todo clama Su presencia!— son sacramentos de Su bondad .
Hermanos, vivamos con gratitud radical. Que cada acción sea un “gracias” al Creador: al trabajar, al perdonar, al contemplar una flor. Nuestra misión es clara: ser testigos de que la vida, por frágil que parezca, triunfa en Cristo. ¡No desperdiciemos este milagro! Amén.
REFLEXIONES DE UN SACERDOTE CATOLICO
¡La vida es un milagro! Desde el primer latido hasta el último respiro, Dios nos sostiene con Su gracia (Salmo 139:13-14). Cada amanecer, cada abrazo, cada instante de paz es un regalo divino que desafía la oscuridad del mundo. Sin embargo, ¿cuántas veces damos por sentado este don sagrado? La rutina, el estrés o la indiferencia nos hacen olvidar que estar vivos es una elección de amor del Padre (1 Juan 3:1).
La vida no es un hecho casual, sino una vocación. Cada día es una oportunidad para amar, servir y crecer en santidad, incluso en medio del sufrimiento. La fragilidad humana no es un error, sino un llamado a confiar: “Yo estoy con vosotros todos los días” (Mateo 28:20). La naturaleza, la familia, la salud —¡todo clama Su presencia!— son sacramentos de Su bondad .
Hermanos, vivamos con gratitud radical. Que cada acción sea un “gracias” al Creador: al trabajar, al perdonar, al contemplar una flor. Nuestra misión es clara: ser testigos de que la vida, por frágil que parezca, triunfa en Cristo. ¡No desperdiciemos este milagro! Amén.
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