A
veces no hace falta decir las cosas; con solo mirar tus ojos, ya sé que
hay algo que no va. Los conozco, y no me
van a engañar.
Esos momentos incómodos cuando tú me dices: No sé lo que pudo pasar, mientras te muerdes los labios y finges
llorar. ¡Vamos, no me digas que no lo siento!
Tu
mirada lo dice todo, y esconderlo es como intentar ocultar un secreto a
voces. Esas cosas que,
aunque quieras, no puedes ocultar. Y esos labios que tiemblan, apenas puedes hablar. Ya no sientes lo mismo; no lo
puedes negar. Es doloroso, lo sé, y tú también lo sientes.
Con una simple mirada, puedo entender lo que
está pasando. Te siento tan lejos, a pesar de que mis manos pueden
tocarte. Es un contraste
brutal, esa cercanía física y la lejanía emocional. A veces, no hace
falta decirlo, porque
cuando todo se acaba, las palabras sobran. El silencio se
convierte en lo más elocuente.
Esos momentos amargos me rompen por dentro, y no puedo
evitarlo. ¿Por qué es tan difícil aceptar que todo ha cambiado? El silencio lo dice todo; no hay
necesidad de más palabras. Es mejor dejar que las cosas fluyan, aunque duela.
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