José era zapatero y muy justo. Vivía en una pequeña aldea
con su esposa María, una mujer gordita y alegre. José era muy serio, justo,
apartado, pero María era muy dulce, conversaba y alegraba a todos los que
pasaban por el negocio con su cariño y sonrisa.
Un día cuando llegó José a
su casa, encontró a María con otro. Las noticias del adulterio de María se
regaron por todo el pueblo. Como
José era justo, la perdonó.
Vivían juntos, pero no
como antes. Raramente se hablaban. José hacía que la había perdonado, pero la miraba con odio por su
traición. María sufría mucho por su justicia.
No le cayó bien a los
ángeles lo que hacía José y enviaron un ángel para velarlo y cada vez que
miraba a María con odio, el ángel echaban una piedrita muy pequeña, como de botón de camisa, en el
corazón de José.
Al sentir la piedrita,
José suspiró de dolor, pero seguía odiando a María. Al pasar los días, los
años, eran tantas las piedritas que los ángeles habían echado al corazón de
José que ya no podía andar derecho. El peso lo había jorobado y lloraba a causa de su condición.
Un día le apareció un
ángel al pobre hombre y le preguntó si quería ser sano de su dolor. Al decir
que sí, el ángel le indicó
que tenía que perdonar a María de todo corazón.
José le contestaba que
nada podía cambiar el pasado. El ángel dijo: "Sí, es cierto, pero podemos sanar el dolor que
sufrimos en el pasado" y le obsequió a José unos ojos mágicos para
mirar a María.
Al principio, no los quiso
usar, porque se había acostumbrado a odiar a María, pero su dolor le obligaba.
Al mirarla con ojos
mágicos, ya no la veía
como traidora sino como una mujer débil que lo necesitaba. Cada vez que
José la miraba con ojos de compasión y misericordia, el ángel cumplía su
palabra y le quitaba una piedrita de su corazón.
Al tiempo ya no le dolía y
andaba derecho. Invitó a María a entrar en su corazón de nuevo y humildes
vivieron felices para siempre.
Apreciado amigo que lee
estas humildes líneas, Cristo te ofrece ojos mágicos. No cambian el pasado,
pero te pueden librar del dolor que sientes.
Sí, yo sé. Hay personas que te han lastido. Te
decepcionaron. Algunos son hipócritas. Pero tienes que perdonarlos. Observa que Cristo no lleva piedritas en su corazón.
Mirando a los que le crucificaron con ojos mágicos, dijo: "Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen." No les guardaba odio ni rencor, sino que los miraba como
débiles, dignos de comprensión y misericordia. ¿Sabes una cosa? Nosotros
tampoco somos perfectos, y, sin embargo, Cristo nos ama y sigue mirándonos con
ojos mágicos.
En esta vida tan confusa
donde tropezamos los unos con los otros y donde no siempre demostramos el mismo
humor, es de esperarse que hayan ofensas y mal entendidos de parte en parte.
Ahora bien, si somos muy justos, guardando rencor, se nos va
cargando nuestro espíritu, robándonos de alegría y salvación. ¿Por qué seguir reviviendo dolores del pasado? Vamos
a usar los ojos mágicos de Jesús.
"Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de
Dios. Todo aquel que ama, es nacido de
Dios y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es
amor" (1 Jn. 4:7-8). "Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor,
¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mi? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta
siete, sino aun hasta setenta veces siete" (Mat. 18:21-22).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Por favor, escriba aquí sus comentarios