Ámate, ámate, ámate! Esto es lo que hay que repetirle a millones de
seres dedicados solo a pensar en los demás.
Y en esa interminable fila de víctimas
están de primeras las
mamás que se olvidan de ellas por mimar a sus hijos.
No descansan, no se dan gusto, y creen erradamente
que su misión es darlo
todo sin recibir.
Pero no solo muchas madres sufren aferradas a un falso
concepto del amor.
¿Cuántas personas se aman de verdad?
Solo aquellos que fijan límites, se cuidan, saben decir no, y disfrutan
sin sentirse culpables.
Hay mucha gente triste esclava de este
sofisma: “Soy muy bueno porque vivo en función de los que amo”.
Si eso te asusta alégrate porque ya aprendiste que es insensato
ser infeliz para hacer felices a otros.
Jesús dijo “ama al otro como a ti mismo” y muchos lo aplican
así: “Ama al otro a costa de ti mismo”. ¡Qué falla!
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