Al
comentarle esta frase a mi mamá, mujer barranquillera de 64 años, me dijo,
"Niña, ¿cómo así que no existe?, ¿no viste a esta jovencita tan bonita que
se casó con el Príncipe Guillermo? Ella consiguió su príncipe y se casó con él. Para los que piensan igual que mi mamá y necesitan mayor explicación
de mi afirmación, tienen que saber lo siguiente.
Desde que somos niñas, nuestros padres nos
leen cuentos de hadas maravillosos donde nuestras heroínas son princesas y
nuestros héroes, príncipes. En
casi todas las historias, las princesas son bellísimas, jóvenes, con voces de
ángel y cinturas de avispa. Amadas por vecinos, animales, enanos, flores, ogros
y pretendidas por cientos de valientes caballeros. Ellas cantan, bailan, limpian
y no se les mueve un pelo, pero a la hora de defenderse del "mal",
quedan paralizadas sin saber qué hacer.
Si bien, todos estos relatos fantásticos
cautivan a los niños, sus temáticas hubieran hecho que Freud replanteara toda
su teoría de sicoanálisis. En nuestros casos, por ejemplo, la reina "más
bella del espejo" pidió que le trajeran el corazón de Blanca Nieves en una
caja, a Cenicienta le robaron todo lo que le pertenecía a su papá y la Bella
Durmiente fue alejada de sus padres que tanto la adoraban.
Que vidas tan catastróficas habrían tenido
estas bellas jovencitas si no hubiera sido por la suerte de haber conocido al
príncipe azul, que las salvaría de sus "calamidades domésticas". Con
tan solo cantar algunas estrofas de una linda canción y pestañearles unas
cuantas veces, un amor a primera vista estaba garantizado para la eternidad. No
hubo necesidad de intercambiar "pin", ni de buscarse en Facebook o
Twitter, ellos sabían que eran el uno para el otro.
Cuando nuestras heroínas fueron engañadas por
la manzana venenosa, encerradas en la torre, o puestas a dormir por una
eternidad, no pudieron, o más bien, no supieron hacer nada. Sucumbieron ante la
maldad y la adversidad que las abrumó. Ninguna pudo salvarse sola. Todas, sin excepción, no tenían
otro recurso que ser rescatadas por el príncipe azul, que sobra decir, era
guapo, inteligente, valiente, soltero y heterosexual.
Tal
vez de adultas no creemos en los cuentos de hadas pero muchas mujeres seguimos
soñando con el príncipe azul. Aquel hombre que va llegar y
va a desaparecer con su espada todo lo malo que nos aflige en la vida: la
soledad, la baja autoestima, la pobreza y el juicio de la sociedad. Todavía
seguimos empeñadas en creer que con un beso apasionado o con un anillo de
diamante se nos van a quitar los pesares.
Claro
que existen hombres maravillosos que podrían merecer ser llamados príncipes
pero a ninguno le podemos ceder el poder de "rescatarnos". Esto solo lo podemos hacer nosotras queriéndonos mucho, estudiando,
trabajando duro y, ante todo, creyendo en nosotras mismas. No esperemos que
llegue un hombre en un caballo blanco y nos lleve a vivir "felices para
siempre", es mejor forjar nuestro propio futuro y buscar a un hombre que
nos complemente y nos ayude a ser la mejor versión de nosotras mismas.
No le hagamos caso a la Tía Rita cuando nos
mira feo por no tener novio ni esposo, más bien digámosle con orgullo, "no
he encontrado a un hombre que me merezca" .
Y
a los hombres me permito aconsejarles que no busquen princesas indefensas que
solo quieren subirse a su caballo y vivir en su castillo.
Busquen mujeres que el día de mañana van a ser sus compañeras de batalla
luchando en el día a día, hombro a hombro. Mujeres que son tan seguras de sí
mismas que no los tienen que llamar 40 veces al día para estar tranquilas,
mujeres que están con ustedes porque quieren estarlo, no porque no tienen otra
opción.
Para terminarles dejo esta última
inquietud:¿se han preguntado qué pasa con los príncipes azules después de diez
años de matrimonio, quince kilos de más, tres hijos y cuando la voz ya no es
tan melodiosa?
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