Craso,
115-53 a.C., fue un hombre en extremo acaudalado y muy poderoso en la antigua
Roma.
Tuvo
que ver con la derrota del famoso esclavo y gladiador Espartaco en el año 71 a. C. Era
desmedida su ambición por lo material.
Estuvo en el triunvirato con César y Pompeyo. Murió en una batalla
contra los Partos en Siria y se cuenta algo cruel sobre su partida.
Al
saber que habían capturado al hombre más rico de Roma, sus enemigos hicieron
algo inaudito:
Se cuenta que vertieron oro fundido en su garganta para saciar la
insaciable sed de dinero que lo consumía.
Recuerdo al pobre Craso, y su historia me mueve a pensar en
tantos pobres ricos aferrados a sus bienes.
Pobres
en amor, pobres en fe, pobres en sensibilidad. Tan pobres que lo único que
tienen es plata.
Rico no es el que más tiene, rico es el que menos necesita,
el que es rico en amor, compasión y solidaridad.
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