“Ten el valor de equivocarte”
La cultura nos ha enseñado a llevar un garrote
invisible, pero doloroso, con el que nos golpeamos cada vez que equivocamos el
rumbo o no alcanzamos las metas personales.
Hemos aprendido a echarnos la culpa por casi
todo lo que hacemos mal y a dudar de nuestra responsabilidad cuando lo hacemos
bien. Si fracasamos, decimos: "Dependió de mí"; si logramos el éxito:
"Fue pura suerte". ¿Qué clase de educación es ésta, donde se nos
enseña a hacernos responsables de lo malo y no de lo bueno? La auto -crítica es
buena y productiva si se hace con cuidado. A corto plazo puede servir para
generar nuevas conductas, pero si se utiliza indiscriminada y dogmáticamente,
genera estrés y es mortal para nuestro auto-concepto. El mal hábito de estar
haciendo permanentemente "revoluciones culturales” interiores, es una
forma de suicidio psicológico.
Algunas
personas, por tener un sistema de auto-evaluación inadecuado, adquieren el
"vicio" de auto-rotularse negativamente por todo. Se cuelgan carteles con categorías generales. En vez de decir:
"Me comporté torpemente", dicen: "Soy torpe". Utilizan el
"soy un inútil" en vez de "me equivoqué" en tal o cual
cosa. El auto-castigo ha
sido considerado, equivocadamente, una forma de producir conductas adecuadas.
¿Cómo se llega a tener un auto -concepto
negativo? Una forma típica es a través de la autocrítica excesiva. Los humanos utilizamos
estándares internos, esto es, metas y criterios internalizados (aprendidos)
sobre la excelencia y lo inadecuado. Estos estándares se desprenden del
sistema de creencias, valores y necesidades que poseemos. Una elevada auto-exigencia
producirá estándares de funcionamiento altos y rígidos. Sin embargo, si bien es
importante mantener niveles de exigencia personal relativa o moderadamente
altos para ser competentes, el "corto circuito" se produce cuando
estos niveles son irracionales, demasiado altos e inalcanzables.
La idea irracional de que debo destacarme en
casi todo lo que hago, debo ser el mejor a toda costa y que no debo
equivocarme, son imperativos que llegan a volverse insoportables. Colocar de manera absoluta la
felicidad en las metas, es sacarla de tu dominio personal. Así, si la
meta no se alcanza, se acaba e1 mundo. El poeta Runbeck dijo alguna vez: “La
felicidad no es una estación a la cual hay que llegar, sino una manera de
viajar”.
Las
personas que hacen del éxito un valor, que son extremadamente competitivas y
manejan estándares rígidos de ejecución, viajan mal. Se
han montado en el vagón equivocado. Quizás la felicidad no esté en ser el mejor
vendedor, la mejor mamá, o el mejor hijo, sino en intentarlo de manera honesta
y tranquila, disfrutando mientras se transita hacia la meta. Un nivel exagerado de auto-exigencia
genera patrones estrictos de auto-evaluación.
Si posees criterios estrictos para
auto-evaluarte, siempre tendrás la sensación de insuficiencia. Tu organismo
comenzará a segregar más adrenalina de lo normal y la ansiedad interferirá con
el rendimiento necesario para alcanzar las metas. Entrarás al círculo vicioso
de los que aspiran cada día más y tienen cada día menos.
Los estándares irracionales harán que tu
conducta nunca sea suficiente. Pese a tus esfuerzos, las metas serán inalcanzables. Al sentirte
incapaz, tu auto-evaluación será negativa. Este sentimiento de
ineficacia y la imposibilidad de controlar la situación, te producirán estrés y
ansiedad, los que a su vez afectarán tu rendimiento alejándote cada vez más de
las metas.
Las personas que quedan atrapadas en esta
trampa se deprimen, pierden el control sobre su propia conducta e
indefectiblemente fracasan. ¡Precisamente lo que querían evitar! Para colmo,
esta situación de “no escape", de frustración e incontrolabilidad, las
lleva a auto - criticarse y auto-castigarse despiadadamente; se convierten en
víctimas de su propio invento.
La
consecuencia de esta especie de licuadora en corto circuito, es la pérdida del
auto - concepto y la depresión. Cuanto más hagas del
“ganar” un valor, paradójicamente más destinado estás a perder.
A
veces las personas pueden mostrar metas racionales para un observador
desprevenido. Sin embargo, la auto-exigencia exagerada se
mide en función de las posibilidades de cada uno. Si no posees las habilidades
o los recursos necesarios para alcanzar las metas, la aspiración más simple se
vuelve inalcanzable. En estos casos, la resignación y la re -evaluación
objetiva y franca de tus metas y recursos es la solución.
Desgraciadamente, si no ganamos, empatamos.
Si
eres demasiado auto-exigente y auto-crítico, utilizarás un estilo dicotómico. Esto quiere decir, de extremos. Las cosas sólo serán blancas o negras,
buenas o malas. Verás la realidad con una especie de binoculares donde los
tonos medios, los matices y las tonalidades, no existen. "Soy exitoso o
soy fracasado". Absurdo. No hay nada absoluto.
Todo depende del cristal con que se mire. Si
aplicas este estilo binario de procesamiento, sin duda, sobrevendrá la
catástrofe. Te referirás a ti mismo en términos categóricos e inflexibles,
como: nunca, siempre, todo y nada. Estas palabras deberían suspenderse de nuestra lengua y ser
consideradas "malas palabras". Lo único que generan es
confusión y malos entendidos.
Como es de esperarse, si deseas fervientemente
el éxito, el poder y el prestigio, temerás al fracaso. Este miedo te hará
dirigir la atención más hacia las cosas malas que hacia las buenas, con el fin
de "prevenir" los errores que tanto temes. Dicho de otra forma,
desarrollarás un es tilo de focalización mal -adaptativa orientada a ver en ti
mismo sólo lo malo. Esto te llevará a desconocer las aproximaciones a la meta,
así como los esfuerzos y pequeños ascensos que realices en la escalinata hacia
tus logros personales. Si
relacionas lo anterior con el estilo dicotómico, entonces es claro que dichos
acercamientos a la meta pasen inadvertidos: “Llego o no llego"
"Estoy, o no estoy en la meta”. La peor manera de tratarte es con
impaciencia y menosprecio. Por querer ver el árbol no verás el bosque. La auto-observación negativa, al
igual que la auto -evaluación y el auto -castigo, genera estrés, disminuye el
rendimiento, maltrata el ego y, a largo plazo, afecta el auto-concepto.
EI uso de estándares extremadamente rígidos 7
perfeccionistas e irracionales, aumentan la distancia entre tu yo ideal (lo que
te gustaría hacer o ser) y tu yo real (lo que realmente haces o eres). Cuanto
mayor sea la distancia entre ambos, menos probabilidad de alcanzar tu
objetivo,
más frustración y
más sentimientos de
inseguridad ante los
esfuerzos inútiles por acercarse a la supuesta
"felicidad".
Si
alguien valientemente toma
la difícil decisión
de "viajar bien",
la presión social
es inexorable y cruel.
Si además la
meta no es
coincidente con los va lores
del grupo de referencia, el nivel de sanción puede
llegar a ser realmente in tolerable. Aquellos objetivos que se distancian de la producción económica, son
vistos como sinónimos de vagancia, bohemia o idealismo. Si cambiamos de
metas, se nos rotula como inmaduros o inestables, como si la estabilidad
existiera y fuera un símbolo de inteligencia. Una rápida mirada a las personas
que han hecho la historia de la humanidad, muestra que cierta inestabilidad e
insatisfacción son condiciones imprescindibles para vivir intensamente.
La estabilidad absoluta no existe. Es un
invento de los que temen al cambio. La famosa "madurez", tomada al
pie de la letra, es el preludio de la descomposición. Ceñirte ciegamente a los
estándares propios o externos, es coartar tu libertad de pensar. Perderías la
capacidad de decisión y de crítica objetiva. No temas revisar, cambiar o modificar tus metas si ellas
son fuente de sufrimiento, aunque a tus vecinos no les guste.
Lo
importante entonces no es sólo descubrir que eres auto -exigente, sino ser
capaz de modificar los estándares. Para lograrlo no puedes
ser demasiado "estable” o demasiado “estructurado".
Necesitas una pizca de no cordura (por no
decir locura). Las
personas mentalmente rígidas y estrictas consigo mismas son personas
normativas. Suelen encerrarse en una cárcel fabricada por ellas mismas y
el medio educativo, cuyos barrotes son un conjunto de virtudes y valores no
siempre racionales, de los cuales no pueden escapar. Se debaten entre el bien y
el mal. Por lo general
estos sujetos son más papistas que el Papa. Han puesto tantas
condiciones y requisitos para transitar por la vida, que el camino se vuelve
demasiado angosto y estrecho para andar cómodamente por él. Se golpean con las
paredes de la autocrítica y los debería a cada paso.
Otros, en cambio, recorren una verdadera
autopista cómoda y tranquila. El estilo de "golpearse" y castigarse
no es precisamente el mejor terreno para que germine y prospere un
auto-concepto sin pies de barro. Ser flexible es, sin lugar a dudas, una virtud de las personas
inteligentes.
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