Hoy más que nunca la Iglesia necesita sacerdotes santos
cuyo ejemplo diario de conversión inspire en los demás el deseo de buscar la
santidad a la que está llamado todo el pueblo de Dios.
Hoy
que la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, hay una
forma de predicación que nos compete a
todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las
personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos.
Hoy se exalta con frecuencia el placer, el egoísmo, o
incluso la inmoralidad en nombre de falsos ideales de libertad y felicidad. La
pureza de corazón, como toda virtud exige un entrenamiento diario de la
voluntad y una disciplina constante interior. Exige, ante todo, el asiduo
recurso a Dios en la oración.
Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los
que nos cansamos de acudir a su misericordia.
Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de
repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos
evangelizadores de las propias comunidades. Exhorto a todos a aplicar con
generosidad y valentía las orientaciones de este documento, sin prohibiciones
ni miedos.
Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en
los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad
divina.
Jóvenes amigos, vale la pena escuchar en nuestro interior
la Palabra de Jesús y caminar siguiendo sus pasos.
Justicia
sin misericordia es crueldad.
La actividad misionera representa aún hoy día el mayor
desafío para la Iglesia y la causa misionera debe ser la primera.
La adoración del antiguo becerro de oro ha encontrado una
versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la
economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano.
La
alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia
crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a
menudo, para vivir con poca dignidad.
La auténtica religión no apoya el terrorismo y la
violencia, sino que busca promover de toda forma posible la unidad y la paz de
la familia humana.
La
bondad implica la capacidad de decir no.
La cortesía es hermana de la caridad, que apaga el odio y
fomenta el amor.
La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la
que brotan ríos de agua viva.
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