Es
rico pero no amoroso meditar, tener visiones o cantar alabanzas y no ayudar a
otros que están desolados, sufren y soportan hambre y miseria.
La
misión no es huir de la realidad, es ser un trabajador de la luz, es, como lo hizo Yeshua, sentir compasión con millones de hermanos que
padecen.
En los evangelios se narra la llamada
transfiguración de Jesús. Su figura se torna radiante y al lado se ven Moisés y
Elías: Lucas 9, 28-36.
Entonces Pedro dice: “Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí;
si quieres, hagamos aquí tres chozas: una para ti, otra para Moisés, y otra
para Elías”.
Una nube los cubrió y tuvieron temor. Y vino
una voz desde la nube que decía:
Este
es mi Hijo el elegido, escuchadle. Y cuando cesó la voz Jesús
estaba solo.
Esa tentación de Pedro de estar muy bien con
una experiencia espiritual es peligrosa porque es dar las espaldas a la realidad.
La
espiritualidad es una decisión, no una evasión. Es ver a Dios en los hermanos y
amarlos, en especial a los más abandonadas y desviados.
Con razón dijo Yeshua: “Lo que a otros hacéis
a mí me lo hacéis”. Y su precepto es amar, no solo meditar y estar rico en
relax con velitas de colores y aromas deliciosos.
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