Somos una sociedad de niños traumados
que siguen en guerra con papá y mamá. Hasta que no nos liberemos de su
influencia psicológica –y nos emancipemos emocionalmente de ellos– no
lograremos estar verdaderamente en paz y armonía con nosotros mismos.
Una de
las paradojas más grandes es que la familia es, en demasiadas ocasiones, fuente
de lucha, conflicto y sufrimiento. Curiosamente, el concepto de “familia feliz” suele ser un oxímoron. Es
decir, una contradicción en sí misma. La incómoda verdad es que la gran
mayoría de nosotros estamos –o hemos estado– peleados con nuestros
progenitores. Por más
“adultos” que nos consideremos, muchos seguimos cargando con una mochila
emocional repleta de heridas y traumas originados durante nuestra
infancia. Y estos condicionan inconscientemente la relación que mantenemos con la pareja, los hijos y la
sociedad.
Las
pataletas que tenemos con 30, 40 o 50 años ponen de manifiesto que en nuestro interior reside
un niño acomplejado, inseguro y enfadado. En general, seguimos
identificados con el arquetipo de “hijo”, impidiéndonos conectar con el adulto
que podemos llegar a ser. Para
emanciparnos emocionalmente de nuestros padres y ser libres de su influencia
psicológica, es fundamental emprender el apasionante viaje del autoconocimiento,
realizando los siguientes 7 aprendizajes vitales:
1. Deja de culpar a tus padres de tu
sufrimiento y asume tu parte de responsabilidad
Solemos
culpar a nuestro padre y a nuestra madre de nuestras inseguridades, carencias y frustraciones.
Nos convencemos a nosotros mismos de que la causa de nuestro malestar y
sufrimiento tiene que ver con lo que nuestros padres fueron e hicieron. Sin
embargo, la verdad es que nada ni nadie puede hacernos daño emocionalmente sin
nuestro consentimiento. La raíz de nuestras perturbaciones no se encuentra en
lo que pasa, sino en lo que interpretamos acerca de lo que pasa. Por más
doloroso que sea para el ego, tarde o temprano hemos de soltar el victimismo. Madurar implica reconocer que
somos co-creadores y co-responsables de nuestra vida.
2. No intentes cambiar a tus padres;
acéptalos tal como son
Otro
indicador de inmadurez es que seguimos intentando cambiar a nuestros progenitores. Prueba de
ello es que nos frustramos cuando no cumplen con nuestras expectativas ni son
como a nosotros nos gustaría que fueran. Dado que no nos aceptamos a nosotros
mismos tal como somos, nos es imposible aceptarlos a ellos tal como son. Esta es la razón por la que, en
ocasiones, juzgamos y criticamos su comportamiento. Emanciparnos
emocionalmente pasa por renunciar a la relación idealizada que nos gustaría
mantener con ellos. Solo así podemos discernir entre lo que pueden darnos y lo
que no, aprendiendo a disfrutar del vínculo real que sí está a nuestro alcance.
3. Asume que no eres responsable de la
felicidad de tus padres
Si
bien cuando culpamos a nuestros padres de nuestro sufrimiento caemos en el
victimismo, cuando queremos salvarlos caemos en el buenismo y en el paternalismo.
Remontémonos a nuestra infancia. Quizás hubo un momento en el cual nuestra
madre estaba descentrada. Y en cierta ocasión, siendo niños pequeños, rompimos
sin querer un vaso de cristal. Frente a esta situación, ella reaccionó
impulsivamente, se perturbó a sí misma y seguidamente nos culpó de su malestar.
De esta manera y por medio de episodios como éste, crecimos creyendo que la
felicidad o infelicidad de nuestros padres estaba vinculada con nuestro
comportamiento. Liberarnos
emocionalmente de ellos implica comprender que su bienestar emocional no es
nuestra responsabilidad, sino la suya. Principalmente porque nadie hace feliz a
nadie. Lo mejor que un padre puede hacer por sus hijos es ser feliz. Y
lo mejor que un hijo puede hacer por sus padres es ser feliz. Lo más importante
es que seamos el cambio que queremos ver en nuestra familia.
4. No esperes que tus padres te
quieran; ámalos tú a ellos
¿Dónde
está escrito que los padres tengan que querer a sus hijos? Sería maravilloso
que esto sucediera, pero en general no es así. ¿Cómo nos van a querer nuestros padres si no saben amarse
a sí mismos? Si realmente queremos cortar el cordón umbilical emocional
con nuestros progenitores, hemos de reconocer que no necesitamos nada de ellos
para ser felices. En vez de esperar que nos apoyen, nos comprendan o nos
quieran, empecemos por amarlos nosotros a ellos. En vez de pedir, empecemos a dar. Ese es el verdadero
cambio de paradigma.
5. Mira al ser humano que hay detrás de
“mamá” y “papá”
Liberemos
a nuestros padres de la responsabilidad de estar a la altura de nuestras
expectativas. Recordemos que son seres humanos y que, como nosotros, están
llenos de miedos, frustraciones y complejos. Es fundamental no olvidar que ellos también fueron niños
y que probablemente carguen con una mochila emocional mucho más pesada que la
nuestra. Si investigamos acerca de su infancia, así como del tipo de
relación que tuvieron con sus propios padres, seguramente verificaremos que sus
circunstancias existenciales fueron más adversas que las nuestras. Al quitarles
la etiqueta “papá” y “mamá” empezamos a ver a los seres humanos que hay detrás.
Así es como podemos
desapegarnos de ellos, dejando de tomarnos como algo personal sus actitudes y
comportamientos.
6. Valora y agradece todo lo que tus
padres han hecho por ti
Es muy
fácil protestar y quejarnos de nuestros progenitores. Es una simple cuestión de
imaginación encontrar más de un motivo por el cual condenarlos y rechazarlos.
Por más errores que hayan cometido, cabe recordar que nadie nos enseña a ser
padres. Criar hijos es la
experiencia más desafiante de la vida. Así, al igual que nosotros,
nuestros padres lo han hecho lo mejor que han sabido desde su nivel de
consciencia y su grado de comprensión. Además, sus motivaciones jamás han
estado guiadas por la maldad, sino por la ignorancia y la inconsciencia. ¿Y si
en vez de seguir quejándonos y juzgarlos empezamos a valorar todo lo que han
hecho por nosotros? Estar
agradecidos es un síntoma de emancipación emocional y, en definitiva, de
verdadera madurez.
7. Comprende que no tienes los padres
que quieres, sino los que necesitas
Muchas
personas sostienen que los hijos elegimos a nuestros padres antes de nacer. Sin
embargo, es complicado poder verificarlo empíricamente. Lo que sí podemos
comprobar es que no hemos tenido los padres que queremos, si no los que hemos
necesitado. ¿Para qué? Para pasar por nuestro infierno personal, tocar fondo,
iniciar una búsqueda interior, despertar y descubrir quienes verdaderamente
somos. Por lo tanto, en
vez de odiar a nuestros progenitores por cómo nos trataron, aprovechémoslos
para ir más allá de nuestro propio ego y poder así reconectar con el ser,
convirtiéndonos en el ser humano que podemos llegar a ser. Solo entonces
concluiremos que no cambiaríamos nada de nuestra infancia. Más que nada porque
verificamos que fue perfecta tal como sucedió para que hoy seamos el adulto
consciente, responsable, libre, feliz y maduro en el que nos hemos convertido
gracias al proceso de autoconocimiento realizado.
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