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EL GRAN PODER DE LA PALABRA


Toma una de las mejores decisiones de tu vida: te comprometes a decir solo ‘palabras justas y exactas’.

Cuando afirmas convencido “así eres”, juzgas, lo que debes decir es ‘así te percibo’. Cuando sentencias “nunca me valoras”, es falso, debes afirmar: “a veces siento que no me valoras”.

Ten extremo cuidado con las generalizaciones: siempre, nunca, todos, todas, los, las; escasas veces son ciertas. Ojo con los juicios, los prejuicios y las nefastas suposiciones: pienso que, me contaron que, supongo que... Sé consciente del poder superlativo de la palabra, ya que con ella curas o sanas, acercas o alejas, animas o desalientas. Antes de hablar haz estas tres preguntas: ¿lo que voy a decir es bueno?, ¿es verdad?, ¿es necesario?

Pon la palabra verificar en un papelito de color sobre tu escritorio o el espejo, y aplícala. Repite muchas veces: antes de hablar voy a verificar.

Tu vida mejora cuando te haces consciente de las palabras que empleas y del tremendo poder de las mismas. Para lograr algo necesitas un ‘quiero’ poderoso y no un debo, un tengo que o un me toca.

Tu ser interno rechaza estas últimas palabras porque suenan a obligación y así no lograrás nada. Cuando dices “soy muy nervioso” (tímido, malgeniado, pesimista, etc.) cometes dos errores sin darte cuenta: primero, aceptas que así eres en lugar de afirmar, “me he habituado a eso y lo quiero cambiar”. Segundo, refuerzas tu situación con el superlativo ‘muy’, que agiganta el mal y te hace sentir peor.

Dedícate a ser consciente de cómo hablas, ya que ‘lo que se decreta, se concreta’. Decretas lo que piensas y dices. Cambia tu modo de pensar y hablar, y, en buena medida, cambiarás tu modo de vivir.

Ganas mucha paz y mejoras tus relaciones si eliges comprender y no juzgar. Ten presente lo que dijo un sabio: “si no te gusta lo que recibes, revisa muy bien lo que estás dando”. Al ser humano le sobran ojos para ver y juzgar las fallas ajenas, pero es bien ciego para percibir las propias.

Es lo que enseñó Jesús cuando habló de la pajita que criticamos en el otro, si ver la viga que cargamos. Sea que lo aceptes o no, recibes en la misma medida que das o que no das. Así funcionan las leyes del universo. Acepta que tu presente lo creaste en tu pasado y que tu futuro lo estas creando en el ahora con tu modo de pensar, de hablar y de sentir. En el plano espiritual no existe la injusticia y a cada ser le llega exactamente lo que le corresponde. Tan pronto decides hacer todo con amor tu vida cambia y los imposibles se hacen posibles.

San Francisco de Asís acertó cuando dijo: “es dando como recibimos”. Es mejor darse que dar cosas. Y algo que siempre puedes dar son ‘palabras justas y exactas’, actos de tolerancia y comprensión. Las cosas no son siempre como las vemos y eres tolerante si aceptas que solo tienes partecitas de la verdad. Jamás tienes ‘la’ razón, solo tienes ‘tu’ razón.

Al ego le gusta competir, controlar, dominar, juzgar manipular y tener la razón.


Sé humilde, evita eso y así escamoteas batallas estériles.

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