¿Qué
te asusta? ¿El terrorismo? ¿El cambio climático? ¿Las serpientes? ¿Los
microbios?
Ya
sea que te lleve a comprar un arma o un gel antibacterial para manos, un auto
eléctrico o una barda electrificada, el miedo dirige gran parte de la conducta
humana. Y no es solo el miedo al daño físico lo que nos hace querer
escondernos debajo de nuestras cobijas. Los miedos gemelos a la intimidad y el rechazo,
por ejemplo, dan forma a muchas de nuestras interacciones sociales.
Los
científicos dicen que el miedo y su compañera —la reacción de lucha, huida o
parálisis— pueden salvarnos cuando nos enfrentamos a un daño físico inminente.
Esto nos era muy útil cuando vivíamos en cuevas, bajo la
amenaza constante de animales depredadores o tribus guerreras invasoras. Sin embargo, en la vida moderna
a menudo puede obstaculizar nuestro camino.
“El cambio ha ocurrido
tan rápidamente en nuestra especie que ahora estamos equipados con un cerebro supersensible a
las amenazas pero también supercapaz de planear, pensar, calcular y anticipar”,
dijo Ahmad Hariri, profesor de Psicología y Neurociencias en la Universidad de
Duke. “Así que básicamente enloquecemos
preocupándonos por las cosas porque tenemos demasiado tiempo y pocas amenazas
reales a nuestra supervivencia, por lo que el miedo se expresa de estas formas
muy extrañas y maladaptadas”.
Hariri estudia la amígdala, una estructura con forma de
almendra que se ha llamado el centro del miedo (hay una en cada hemisferio del
cerebro). En realidad es el centro de la anticipación: la amígdala te prepara para reaccionar —tu pulso
se acelera, tus músculos se tensan y tus pupilas se dilatan— incluso
antes de que otras partes de tu cerebro puedan dilucidar si necesitas estar asustado o no.
Somos
particularmente sensibles a cualquier novedad —a las expresiones faciales de
miedo de otras personas— o a cualquier cosa que se parezca a algo que nos dañó
en el pasado.
Es la razón por la que brincas cuando sientes que algo
cruje entre los arbustos antes
de darte cuenta de que se trata solo del gato de tu vecino. Ese reflejo
puede salvar tu vida en ciertas circunstancias, como cuando saltas para
quitarte de la calle si viene un auto. El problema comienza cuando no puedes apaciguar la
reacción de tu amígdala, lo que provoca que te obsesiones y quizá hagas
cosas contraproducentes si te enfrentas a eventos preocupantes pero que no amenazan
tu vida, como el hackeo a Equifax o una situación social de vulnerabilidad, como invitar a alguien a
salir.
Activar
conscientemente la parte más mesurada y analítica de tu cerebro es la clave
para controlar la ansiedad y el miedo desmedidos.
Sin embargo, hacer esto no es tan fácil en una época en
la que las redes sociales y las noticias nos enteran de cualquier desastre real
o potencial en cualquier
parte del mundo, y además lo hacen en un ciclo repetitivo. Es aun más
difícil si estás muy estresado o si hay inestabilidad en casa o el trabajo.
Para
tu mente primitiva, es como si hubiera tigres y leones acechando en cada
esquina.
El resultado es a menudo una amígdala a todo lo que da,
más apta para ponerte en modo lucha, huida o parálisis para responder incluso a la inquietud más leve,
y que te mantiene ahí en lugar de regresarte a un estado de calma en ausencia de un peligro inminente.
Permanecer
en este estado de hipervigilancia preocupada puede contribuir a problemas como
la ansiedad social, la hipocondría, el trastorno por estrés postraumático, el
insomnio y todo tipo de fobias. También tiene un papel en la
intolerancia racial y religiosa, pues la gente miedosa tiende más a aferrarse a
lo conocido y denigrar lo desconocido. De acuerdo con el Instituto Nacional de
Salud Mental de Estados Unidos, aproximadamente el 18 por ciento de la población de ese país sufre de
respuestas de miedo persistentes y exageradas ante estímulos que al
parecer son bastante ordinarios.
Para
frenar a una amígdala que reacciona excesivamente, primero tienes que
darte cuenta y después
admitir que te sientes inquieto y asustado.
“Nuestra
cultura valora la fortaleza y el poder, y mostrar miedo se considera una
debilidad”, dijo Leon Hoffman, codirector del Centro de Investigación
Pacella del Instituto y Sociedad de Psicoanálisis de Nueva York, con sede en
Manhattan. “Pero en
realidad eres más fuerte si puedes reconocer el miedo”.
Así ha sido para Sean Tucker, un piloto que durante 40
años ha realizado
acrobacias sobrecogedoras en espectáculos aéreos a pesar de un miedo
casi paralizante a chocar.
“Nunca
le dije a nadie lo asustado que estaba cuando comencé a volar”, dijo
Tucker. “Pero lo que
aprendí es que el miedo genera que suceda aquello que temes; en cambio, si
tienes el valor de admitir tu miedo serás capaz de concentrarte y prepararte
para superarlo”.
Si puedes percibir y considerar tu miedo —ya sea a volar, a una enfermedad
o al rechazo social— solo como una solicitud de tu amígdala de mayor
información, en lugar de una señal de tragedia inminente, entonces estás en camino de calmarte y activar
partes de tu cerebro más conscientes y dominadas por la lógica. En ese
momento, puedes evaluar qué tan racional es tu miedo y dar pasos para lidiar
con él.
“Cuanto
más tratas de suprimir el miedo, ya sea ignorándolo o haciendo otra cosa para
desplazarlo, más lo experimentas”, dijo Kristy Dalrymple, profesora
adjunta clínica de Psiquiatría y Conducta Humana en la Escuela de Medicina
Alpert de la Universidad Brown.
Dalrymple
propone la terapia de aceptación y compromiso para manejar el miedo, la
cual recientemente ha estado ganando validez clínica. Esta terapia alienta a las personas a aceptar
que sienten miedo y a examinar sus causas, y a pensar sobre sus valores
y cómo el comprometerse con superar el miedo sería congruente con quienes
quieren ser. Este enfoque
hace que las personas tengan un pensamiento de orden superior, el cual
en teoría inhabilita o reduce la respuesta de la amígdala.
El pianista clásico Emanuel Ax, cuya carrera exige que toque enfrente de miles de
personas, ha batallado desde hace mucho con el pánico escénico. No fue a
psicoterapia, pero gracias
a las estrategias de aceptación y compromiso maneja su miedo.
“Me
sigue asustando pero he aprendido a aceptar que voy a estar nervioso”,
dijo Ax. “Además de que es
lo que me encanta hacer, tocar el piano es mi empleo y algo que da gozo a las
personas. No estaría haciendo mi trabajo si me rindiera”.
Los
psicólogos y neurocientíficos también están descubriendo que la amígdala tiende
a sentir menos pánico si se te recuerda que eres o podrías ser amado.
Por ejemplo, ver imágenes de personas con expresiones de temor es por lo
general un gran disparador de la amígdala, pero la respuesta se reduce mucho cuando se muestran a los
sujetos fotos de personas a las que alguien cuida o abraza.
Así
como el miedo puede ser contagioso, también pueden serlo el valor, el cuidado y
la calma.
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