Yo
tenía un vestido blanco con ventanitas de broderie en el ruedo. Había luna y un
patio y naranjada y se bailaba dos pasos largos y un pasito corto.
Las chicas nos reuníamos en el baño para
contarnos cosas y reírnos de nervios.
Vos
no eras invitado; solamente el amigo de un amigo, pero nadie te dijo que te
fueras. Tenías una camisa bien planchada y los ojos más bellos de la noche.
Creí que te acercabas para sacar a bailar a la
dueña de casa, pero era a mí.
Al
principio casi no podía hablarte porque tenía que contar los pasos un-dos-tres
un-dos-tres, después la música hizo de maestra de danzas e intercambiamos
nombres y teléfonos
La vida era tan nueva, era tan larga, era tan
sin estrenar y dulce, era tantas preguntas, era tantas promesas y esperanzas,
era una extraordinaria omnipotencia: un territorio de descubrimiento donde todo
el tiempo era nuestro y moriríamos de viejos algún lejano día en un lejano año
. . .
La vida era una estrella lustrada con el
pañuelo de lustrar manzanas, ese pañuelo del que aun no conocíamos su vuelo de
alondra gris para el adiós, su textura de nube para secar el llanto de los
desconsuelos . . .
La
vida era el instante en que vivíamos, una página en blanco para garabatearla o
estrujarla, para hacer un barquito que navegara en charco de la lluvia o
cruzara el Atlántico, porque todo, absolutamente todo era posible y bello y
luminoso.
Por todo esto, por un bolero que cantaste a
capella y que me dio vergüenza que los demás oyeran ( Mujer . . . si puedes tú
con Dios hablar . . . pregúntale si yo alguna vez . . .), y más que nada por un
breve beso . . . MI PRIMER BESO . . ., sentimos que ese encuentro era un
encuentro "para siempre jamás".
Tal
vez hubiese sido así si no hubiera tenido que marcharme con mi familia por tres
largos años a un pueblo de Corrientes.
Digo
"tal vez" porque no estoy segura si hubiese continuado, de quedarme
yo aquí, la magia y el romance. O solamente fue el olor del verano, el un dos
tres del baile, tus ojos desbordantes, tu barítona voz, mis ganas de saber lo
que era un beso . . .
Y sin embargo ahora, después de tanto tiempo,
de tantas cosas y tantos desencuentros que se juntaron para hacer mi vida, me
gustaría verte otra vez.
No
quisiera morirme sin volverte a verte.
Claudio: si por casualidad lees estas líneas,
si recordás que fuiste aquel muchacho, si mi nombre te dice alguna historia que
no borraste de tu corazón, llamame.
Hay
media naranjada en cada vaso, que nunca terminamos de beber.
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