Lo
normal es leer cómo las relaciones personales afectan la salud. Pero poco se
dice sobre cómo la salud puede afectar tus relaciones amorososas.
En muchos estados de EE.UU. (Connecticut, D.C., Indiana,
Mississippi, Montana, por ejemplo) es imprescindible hacerse un análisis de sangre antes de poder
celebrar el matrimonio. Yo me lo hice en Pensilvania hace mucho tiempo.
Claro que el análisis no es precisamente para detectar los niveles de colesterol o urea de los futuros
contrayentes. La idea no es nueva, y es, creo, interesante.
La
salud es el don más preciado. Carecer de ella significa llevar una vida
de dolencias, un calvario sanitario que sólo quien lo ha padecido o padece sabe
lo dañino y costoso que es. Y por muy buena salud que se tenga en la juventud,
ésta se pierde inexorablemente con el tiempo. Aparecen los achaques, las
dolencias, los dolores que merman la capacidad para disfrutar de la vida.
La cosa está clara: el organismo humano sufre desgastes
con el tiempo, como todo en la naturaleza. Aparecerán la úlcera, la piorrea, la
prostatitis, la incontinencia, la osteoporosis, los quistes, las flemas y demás
molestias que tendrás que aguantar.
Hay
enfermedades que se heredan. Hay gente que en vez de dejar a sus hijos
varios millones de dólares en herencia, les dejan una diabetes, una deficiencia
plaquetaria o hepática o cualquiera de esas enfermedades que se transmiten de
mujer a mujer pero que la sufren los hombres, la hemofilia, por ejemplo.
Tanto
el hombre como la mujer deben estar en excelentes condiciones físicas en
el momento del matrimonio. ¿Por qué vamos
a cargar con un cónyuge que pueda caer enfermo y que nos va a amargar la
vida? ¿Por qué‚ si se puede evitar?
Con los avances de la tecnología algún día se impondrá
para contraer matrimonio el Certificado de Historial Genético.
En este momento, y por razones culturales, es impensable
no casarse con una persona de la que estamos muy enamorados porque tenga, por
ejemplo, la tensión arterial alta. ¿Qué puede pasar en 15 años? ¿Qué puede
pasar con esa persona cuando tenga 40 años si no se controla esa tensión
hereditaria que no es normal a pesar de lo que ha dicho el médico de familia y que
es altísima para todos pero en especial para una persona joven? Claro que no fallecerá de tensión alta.
Morirá de una embolia o un infarto o
acabará atada a una máquina de diálisis.
¿Exagero? No creo.
Esto es sólo un ejemplo. Podríamos proponer otros, quizá
más dramáticos.
Pero ¿cómo
averiguar el estado de salud de la persona con la cual nos queremos casar y
tener hijos? Como en la actualidad el Certificado de Historial Genético
no se expende todavía, podemos recurrir a otro sistema. Es cosa sencilla. A
todos nos gusta hablar de nuestras enfermedades y por eso le puedes proponer un
juego a tu novio o novia: “Escribe en un papel las enfermedades que has tenido
de pequeño/pequeña o, mejor, todas las que has padecido en tu vida. Yo haré lo
mismo a ver si coincidimos.” Es un juego y caerá en la trampa.
Si,
por ejemplo, el muchacho ha tenido paperas, que se haga una prueba por si ha
quedado estéril.
Si
la mujer tuvo tuberculosis, mejor asegurarse de que ya no la tiene.
También puedes observar a tu posible marido o esposa: la
piel amarillenta, bolsas bajo los ojos, bultos sospechosos, encías sangrantes,
toses repetidas, dolores aquí y allá, aliento fétido, dolores frecuentes de
cabeza, vomiteras, esputos, excesos en la bebida…
La
ausencia de ejercicio es presagio de enfermedades en la madurez. Si en
la juventud no se adquiere el hábito del ejercicio, a los treinta o treinta y
cinco se comienza a engordar y a dañar el sistema cardiovascular. La bebida es
el mayor peligro del matrimonio. La bebida afecta a toda la familia,
especialmente a los hijos.
Cuando
en el futuro se generalice el Certificado Genético Personal que explique las
posibles enfermedades de transmisión hereditaria, chocará de frente con
el amor. Yo apuesto a que, a pesar del amor entre una pareja, el miedo a
transmitir enfermedades a los hijos detendrán a muchos que renunciarán al amor,
y se irán por otro camino.
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