En la penumbra del alma, donde los
pensamientos son estrellas sin constelación, el amor verdadero, cual
ave fénix, emerge de las cenizas de los tiempos difíciles. Porque, ¿cómo conoceríamos el placer sin
el dolor, la luz sin la sombra, la vida sin el riesgo? Es en esta paradoja donde
encontramos la esencia de nuestra existencia.
El mundo, cruel y a la vez hermoso,
no es una fábrica de conceder deseos, sino un lienzo donde pintamos nuestra
propia existencia. Y en
esa pincelada de vida, buscamos un amor verdadero, un infinito personal, que
perdure más allá del tiempo, más allá del olvido, hasta que el sol nos trague y
volvamos al polvo.
No podemos elegir el daño
que nos infligen, pero
sí a quien nos lo inflige. Y en esa elección, me quedo con tu recuerdo, un fugaz gran amor de mi vida,
cuya historia de amor,
como todas las reales, murió contigo, como debía ser. Porque amar es un grito al
vacío, una promesa en la niebla, un intento de inmortalizar lo perdido.
Pero aún así, nos aferramos a la belleza que
nos rodea, a la esperanza de que, a pesar de todo, las personas son
buenas de corazón. Y aunque el olvido nos aceche, como la sombra a
la luz, recordaré tu rostro, tu alma, tu voz, hasta que el último recuerdo se
desvanezca. Porque
incluso en la muerte, el amor persiste, como una cicatriz en el alma, una marca imborrable de
que alguna vez, fuimos felices.
Y aunque el mundo siga girando, indiferente a nuestro dolor, a nuestra
alegría, a nuestra existencia, seguiré eligiendo
contarte esta historia triste, pero divertida, porque en la tristeza
también hay belleza, en el dolor también hay amor. Y quizás, solo quizás, nuestro OKAY sea nuestro SIEMPRE.
En esta paradoja de la vida, el amor y el dolor se entrelazan,
creando una danza eterna donde la belleza reside en la fragilidad, y la
felicidad, en
la aceptación de lo efímero. Porque,
al final, es en la tristeza donde encontramos la luz, y en el dolor, la
fuerza para seguir amando.

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