Durante siglos, la vida prolongada fue una
quimera, una cualidad casi mágica. Hoy, ese milagro se ha democratizado,
pasando de ser una excepción mítica a una estadística común. Gracias a la
ciencia, la esperanza de vida se ha extendido, creando la ilusión, a veces
ingenua, de que simplemente durar sería suficiente para que todo saliera bien.
Pero aquí reside el punto crucial de la
existencia: Vivir mucho no es lo mismo que vivir bien. La ciencia nos dio la
extensión, pero no el instructivo. La longevidad ha llegado antes que el manual de uso. Asumimos que la
vejez sería un puerto de llegada sereno, donde solo cosecharíamos el legado;
sin embargo, descubrimos que, como la infancia, la vejez exige cuidados diarios y una profunda
poesía.
El
paso del tiempo se manifiesta en el cuerpo, ese leal compañero que empieza a
sonar a "armario antiguo", y en el entorno. A medida que el cuerpo se
retrae, el mundo también se encoge. El círculo social se reduce, los seres
queridos se ausentan y lo que más duele no es la dolencia física, es el
silencio que se instala.
La advertencia más seria es la de la caída,
que no es solo el tropiezo físico. El dato de que una parte significativa de
los adultos mayores sufre un accidente al año es el espejo de una realidad más
dolorosa: la caída simbólica. Es el
colapso del entusiasmo, la pérdida de autonomía y la fractura de una autoimagen
firme. Es el momento en
que nuestro estilo de vida choca con la realidad del cuerpo que habitamos.
No
obstante, esta realidad no es una condena, sino un llamado cariñoso a la reinvención.
Envejecer
puede y debe ser un nuevo comienzo.
Prepararse para una vida larga es como
diseñar un jardín: requiere tiempo, presencia y decisiones. Se necesita
cultivar la fuerza no para competir, sino para preservar la independencia, para
gestos tan vitales como poder abrazar sin miedo. Se requiere elasticidad, no solo muscular, sino también en las ideas, para
adaptarse a un mundo que no deja de cambiar. Y, sobre todo, exige
amabilidad con uno mismo.
La clave de una longevidad que florece es la
actitud intencional. Hay vejeces que se viven con cariño, libertad y, el
músculo más importante a ejercitar: el humor. Reírse de los olvidos y de las torpezas es una forma sublime de desarmar
el tiempo y de negarle el poder a la amargura.
La vejez puede ser plenitud, no decadencia.
Una vida larga y bien vivida es como una tarde luminosa donde el tiempo se
suspende. El secreto, por lo tanto, no es solo vivir mucho, sino
hacer de la longevidad un arte íntimo, una coordinación delicada entre el
tiempo y el deseo de seguir creando y amando. Que, al final, podamos
afirmar con gozo: "Fue
bueno haber vivido tanto, pero fue aún mejor haber vivido bien".
REFLEXIÓN
DE UN SACERDOTE CATOLICO
Hermanos en la fe, miremos la longevidad como
una extensión de la Misericordia Divina. Dios nos regala más días no para la
vanidad, sino para que tengamos más tiempo para amar y servir. El paso de los
años no debe ser visto como decadencia, sino como la oportunidad de alcanzar la
plenitud del espíritu.
Si el cuerpo se debilita, que nuestra fe se
fortalezca. No temamos el silencio ni la soledad, sino busquemos en ellos el
espacio para la oración profunda. Cultivemos la alegría, pues es el humor del
alma que desarma al desánimo. Que nuestra vida larga sea un testimonio, vivido
con gracia y con el gozo inquebrantable de sabernos hijos amados de Dios.
¡Amén!
PODCASTS
P604 FUTURO, ESTADÍSTICA Y FE ANTE EL
CÁNCER
https://open.spotify.com/episode/0p38SE5TkeWFmFl6ryC88Z

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