“Pensé que mi mamá quería más a mi hermano…”
Y no… no era favoritismo. Era una herida que yo no
conocía.
Cada
hijo ve una versión distinta de su madre.
Uno la conoció joven, fuerte, soñadora…
Otro, cansada, agotada, llena de renuncias.
Uno llegó cuando ella aún creía en los imposibles. Otro cuando ya había
enterrado más de un sueño.
No es que uno recibiera más amor.
Es que cada uno lo necesitaba de una manera distinta.
El amor de mamá no se
mide… se siente
Una
madre no reparte amor como si fueran porciones iguales en una balanza.
No ama con justicia matemática.
Ama con lo que le queda,
con lo que puede, desde donde puede.
A veces desde el dolor, a veces desde la fe, muchas veces desde el miedo.
El hijo que recibió más abrazos, quizás era
el que más se estaba desmoronando por dentro.
El que parecía tenerlo todo fácil, tal vez era el que más se sentía perdido.
Y ese que nunca pedía nada… posiblemente
fue quien aprendió a no necesitar, para no ser una carga más.
Vemos gestos, pero no
historias
A veces, juzgamos
a mamá por lo que hizo, sin ver lo que vivió.
Vemos sus silencios… pero no todo lo que se calló.
Vemos que le dio más a uno… pero no sabemos cuánto le dolió no poder darles lo
mismo a todos.
Vemos una preferencia… pero no entendemos que quizás era una
estrategia de supervivencia emocional.
Una mujer antes que madre
Antes de ser madre, fue
hija, fue adolescente, fue una mujer con miedos, sueños y heridas.
No nació sabiendo cómo cuidar, cómo amar, cómo dividir su alma entre tantos
pedazos.
Tuvo que aprender —muchas veces sola— a proteger a cada hijo sin quebrarse por
completo.
Tal vez no te abrazó más… porque pensó que no
lo necesitabas.
Tal vez se quedó sin fuerzas.
Tal vez esperaba un abrazo tuyo.
La invitación: mirar de
nuevo
Si
todavía la tienes contigo, mírala con nuevos ojos.
No como la madre perfecta que imaginaste,
sino como la mujer real que amó lo mejor que
pudo con lo que tenía.
No
esperes ser madre o padre para comprenderla.
No esperes perderla para valorarla.
No sigas esperando para decirle lo que siempre quiso
escuchar:
“Gracias, mamá. Por amarme… incluso cuando no lo
entendí.”
Conclusión: el amor que no
se ve, pero sostiene
El amor de una madre no siempre se expresa
con palabras o caricias.
A veces, se manifiesta en el aguante silencioso, en el
sacrificio callado, en la renuncia diaria.
No todos los hijos lo perciben igual, porque cada
uno ocupó un rincón distinto de su alma.
Pero eso no significa que el amor no estuvo allí.
Estuvo.
Siempre estuvo.
Solo que hablaba en otro
idioma: el del silencio, el de la entrega, el de la esperanza.
Frases
destacadas para reflexionar:
· “Cada hijo conoció una versión
diferente de su madre.”
· “Una madre no ama con justicia
matemática. Ama con lo que le queda.”
· “No juzgues su amor por lo que
hizo, sino por lo que sacrificó en silencio.”
· “El hijo que más recibió, tal vez
fue el que más roto estaba.”
· “Antes de ser madre, ella fue una
mujer aprendiendo a no romperse.”
Cierre:
El
amor de mamá no se explica con lógica…
Se recuerda con lágrimas.
Se valora con el alma.
Y muchas veces, se
comprende cuando ya
no está.
No dejes pasar más tiempo.
Abraza.
Pregunta. Escucha.
Y sobre todo… Agradece.

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