Ese hombre que tú ves tan
elegante,
con su sonrisa impecable
y su voz que seduce a los
ingenuos,
no es lo que aparenta.
Yo lo conozco.
Lo viví.
Lo lloré.
Detrás de sus modales y su perfume caro,
hay un alma vacía,
una colección de inseguridades
envuelta en trajes de ego.
Un conquistador de apariencias.
Un maestro del engaño
emocional.
Dice que ama, pero no sabe cómo.
Quiere poseer, no compartir.
Es galante de fachada,
pero cruel en la intimidad.
Te hace sentir que no eres
suficiente
cuando en realidad, él
no está completo.
Es de esos hombres que hablan mucho
pero escuchan poco.
Que regalan flores
para disfrazar sus espinas.
Que se llenan la boca de
promesas
que nunca pensaron cumplir.
Y tú, que lo miras con ilusión,
detente.
Míralo bien.
Que no te deslumbren sus
gestos ni sus palabras.
No confundas atención con
amor,
ni galantería con bondad.
Porque ese hombre —sí, ese
mismo—
no es más que un necio
vestido de príncipe,
un caprichoso en cuerpo de
caballero,
un vendaval de celos sin motivos
y afecto a cuentagotas.
Soportable como amigo.
Insufrible como amor.
Y ojalá lo entiendas antes de que tu corazón
se convierta en ruinas decoradas
por las manos de un hombre
que solo sabe hacer sufrir.

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