Que te vaya bonito.
Y no lo digo con rencor,
sino con la paz que da el haberlo dado todo
y seguir caminando ligera,
con las manos vacías…
pero el alma llena.
Te deseo luz,
aunque fuiste sombra.
Te deseo amor,
aunque a mí me dejaste sola.
Te deseo fortuna,
aunque no supiste valorar
todo lo que puse en tus manos
cuando aún creía en ti.
Fuiste de esos
que quieren ser universales,
brillar tanto
que terminan apagando los sueños de los demás.
Y yo…
yo era una
estrella sencilla
que solo quería un cielo compartido,
no un eclipse
permanente.
Así que me voy.
No con rabia, sino con rumbo.
Me planto en
tierra firme,
allí donde la
marea no arrastra,
donde el viento
no miente,
donde el amor no se mendiga.
Voy a vivir tranquila,
sin pausa, pero sin prisa,
sin esperar nada de quien nunca supo dar.
No guardo
espacio para visitas fantasmas,
ni dejo abierta
la puerta al pasado.
Me llevo mis días buenos,
me abrazo con mis noches serenas,
me arropo con
el sol que no se esconde
y con la luna
que no me traiciona.
Y tú…
te quedas con tus espejismos.
Con tus promesas huecas,
tus juegos de poder,
tu necesidad de
ser centro
en vez de
compañero.
Yo me llevo lo mío:
todo lo que di
y que tú no supiste cuidar.
Y te dejo lo
tuyo:
todo lo que
ofreciste
y que a mí no
me hizo falta.
No, no estoy para ti.
Ni ahora, ni después.
Porque a veces
la dignidad no se grita,
se practica.
Y el silencio, cuando es firme,
grita más fuerte que cualquier despedida.

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