Fuiste tú, quien encendió
la chispa que me hizo creer en los milagros,
quien pintó cielos con
promesas
y luego los cubrió con
nubes de silencio.
Fuiste esa foto en mi
cartera,
ese beso breve,
ese adiós largo que se
quedó viviendo en mi piel.
Fuiste tú, el relámpago en
medio de mi calma,
la espina escondida en el ramo de rosas.
Tú, que llegaste como luz y
te fuiste como sombra,
que pedías amor sin
compromisos
y yo lo di todo… sin
preguntar.
Pero también fui yo.
Fui yo quien aceptó la
intermitencia,
quien abrazó la melancolía
creyendo que era pasión,
quien confundió intensidad
con amor eterno.
Fui yo quien caminó
descalza bajo la lluvia
esperando que volvieras.
Y fui yo quien se rompió,
intentando ser quien tú
querías,
olvidando quién era en el
proceso.
Así se disfraza el amor,
cuando se convierte en
costumbre,
cuando se acepta todo por
miedo a perderlo todo.
Se vuelve un acuerdo silencioso
donde las preguntas se callan,
y el tiempo—
ese juez que nunca miente—
termina dictando sentencia:
la estocada muerte.
No hay más que decir.
Porque insistir sería
volver a ese lugar
donde el amor dolía más de
lo que curaba.
Y aunque digas que fui yo,
yo sé que fuiste tú…
Pero también fui yo,
por amar sin condiciones,
por quedarme…
cuando ya no había nada por lo que quedarse.

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