Los gerentes deberían pensar más en la ética de los
negocios de lo que parecieran hacerlo en estos momentos.
La confusión que
envuelve esta materia ha
generado mucha confusión acerca de cuáles son las responsabilidades de un
gerente, y sobre cuáles son los límites de dichas responsabilidades.
El punto
fundamental es que lo gerentes de compañías públicas no son dueños de las
compañías que ellos encabezan. Son simples empleados de los dueños de la firma, y debe simplemente
aumentar las ganancias.
Cualquier otra
cosa significaría engañar a los accionistas. Si un gerente considera que el
negocio en el que trabaja está dañando a la sociedad, debería dejarlo
inmediatamente.
Nada obliga a
alguien que considera que la industria tabacalera es dañina a trabajar en la
misma. Pero, si alguien acepta el compromiso de resguardar los intereses de los
dueños de una compañía tabacalera, debe cumplir con el mismo.
Lo contrario sería inmoral. Además, claro está, los
gerentes deberían desempeñarse de modo ético. Su tarea es maximizar las
ganancias para los propietarios, y esto constituye ya una guía real de
conducta.
En la mayoría de
los casos, actuar en conformidad con dicha guía allana el camino hacia el
objetivo de la compañía: pues el autointerés y una conducta ética pueden ir
perfectamente de la mano.
Pero, a veces, los objetivos de la empresa y la
racionalidad del autointerés pueden chocar con la ética, y ahí es cuando
aquellos deben ser cambiados.
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